e20184514

DOI: 10.22187/rfd2018n45a14

Doctrina


Una reflexión sobre el concepto de totalitarismo


A Reflection About the Concept of Totalitarianism


Uma reflexâo sobre o conceito de totalitarismo


María Luisa Aguerre1

1Mag. en Ciencia Política. Facultad de Derecho. Universidad de la República. Uruguay. Correo: aluisaguerre@hotmail.com


Resumen:

En este trabajo se trata de justificar el concepto de “Totalitarismo” para designar los dos regímenes más violentos y criminales del siglo XX: el estalinismo y el nazismo. Sus críticos han negado que este concepto pueda ser aplicarlo al período de gobierno de Stalin en la Unión Soviética, con el justificativo de que la violencia era necesaria para la industrialización y el progreso de ese país. Nosotros consideramos que las identidades entre el nacionalsocialismo y el comunismo bolchevique son mucho mayores que sus diferencias y por lo tanto se justifica el uso del término “totalitarismo” para aludir a ambos regímenes. Al final se discute la versión expuesta por el historiador italiano Enzo Traverso en su libro “Totalitarismo”.

Palabras clave: totalitarismo, racismo, anti liberalismo, anti capitalismo, mito, expansión imperialista.


Abstract:

This paper aims to justify the concept of “Totalitarianism” to designate the most violent and criminal regimes of the Twentieth Century: Stalinism and Nazism. Its critics have denied that this concept can be applied to the period of government of Stalin in Soviet Union, with the justification that violence was necessary for the industrialization and progress of that country. We consider that the identities between National Socialism and Bolshevik Communism are much greater than their differences and therefore justify the use of the term “Totalitarianism” to allude to both regimes. In the end, the version discussed I the exposed by the Italian historian Enzo Traverso in his book “Totalitarianism”.

Keywords: Totalitarianism, Racism, Anti-Liberalism, Anti Capitalism, Myths, Imperialistic Expansionism.


Resumo:

Este artigo tem por objetivo de justificar o conceito de “Totalitarismo” para descrever os dois regimes mais violentos e criminosos do século XX: Stalinismo eo Nazismo. Seus críticos têm negado que este conceito pode ser aplicado para o período de governo de Stalin na Uniâo Soviética, com a justificativa de que a violência era necessária para a industrializaçâo eo progresso do país. Acreditamos que as identidades entre Nacional Socialismo e Bolchevique Comunismo sâo muito maiores do que as suas diferenças e, portanto, justificar o uso do termo “Totalitarismo” para se referir a ambos os regimes. No final, a versâo disputada è exposta pelo historiador italiano Enzo Traverso em seu libro ·totalitarismo”.

Palavras-chave: totalitarismo, racismo, anti-liberalism, anti-capitalismo, mito, expansionismo imperialista.


Recibido: 20170704 - Aceptado: 20180530

Introducción


¿Por qué el concepto de totalitarismo sigue siendo discutido en algunos ámbitos académicos? ¿Cuál es la razón por la que la opinión pública en nuestro país y en el mundo se horroriza, justificadamente, por los crímenes del nazismo, y no sabe, no habla o no conoce los cometidos por el estalinismo entre 1924 y 1953 en la ex unión soviética? Este tema me había generado siempre cierta incomodidad y me preguntaba por qué existía esa diferencia en la consideración pública entre los regímenes de Hitler y Stalin, cuando el uso de la violencia extrema como arma política masiva fue usada por ambos sin contemplaciones. Corroboró esta apreciación la lectura de la introducción de Anne Applebaum a su libro “Gulags”, cuando se hace estas mismas preguntas acerca de la indiferencia con que suele recibirse lo relacionado al régimen soviético, frente a la indignación y rechazo provocado por el nazismo. Relata la autora que en un viaje por Praga, algo que pude comprobar por mi misma más tarde, se encontró con numerosos vendedores callejeros ofertando gorras, insignias, prendedores con fotos de Stalin y otros líderes comunistas que solían usar los escolares sobre sus túnicas y los turistas compraban sonrientes esos accesorios para colocarlos sobre sus ropas. “Parece una observación sin importancia, pero es indicadora de un estado de ánimo cultural, mientras el símbolo de un asesinato masivo nos llena de horror, el otro asesinato masivo nos hace sonreír” (Applebaum, 2012, 28).

En este artículo nos interesa abordar desde el punto de vista de la Ciencia Política si el término “totalitarismo” es el adecuado cuando equiparamos al nazismo con el estalinismo y si responde al funcionamiento real de los dos sistemas, beneficiándonos con la comprensión del fenómeno, es un concepto que ha sido objetado por algunos autores marxistas occidentales con diferentes argumentos y frontalmente rechazado por el Partido Comunista desde siempre. Ningún acontecimiento histórico es absolutamente gemelo a otro, cada caso tiene algo de único e irrepetible, porque las condiciones en las que se dan los fenómenos tienen particularidades sociales, geográficas y económicas imponderables. Se trata en este trabajo de averiguar si son más numerosas y cruciales las “semejanzas”, basándonos en los hechos reales y las condiciones que los desencadenaron, entre estos dos regímenes enfrentados como acérrimos enemigos, pero que usaron los mismos medios para lograr sus fines y compartieron una parte importante de sus propias ideologías como el partido único, un particular concepto de democracia, la estatización de la economía, la centralización absoluta del poder, entre otros. En segundo lugar, examinaremos brevemente algunos argumentos habituales en la dirección inversa, es decir la de profundizar las diferencias entre ambos regímenes, a partir del libro “Totalitarismo” del historiador italiano Enzo Traverso, principalmente su capítulo XII. El libro adquiere un interés especial para nosotros porque es de uso corriente en la cátedra de Ciencia Política de nuestra Facultad.

Después del derrumbe del régimen soviético, los académicos rusos y también los occidentales se lanzaron a la búsqueda de datos en los archivos secretos recién abiertos al público y se publicaron multitud de memorias y relatos de los sobrevivientes de la catástrofe, suficientes como para formarse una idea clara de los hechos. Hoy se pueden calcular números, porque en algunos casos, como los famosos “campos de trabajo” llamados por su sigla “Gulags”, uno de los lugares más siniestros de tortura y muerte, por donde pasaron 18 millones de personas (Applebaum, 2012, 21), se llevaba una documentación exhaustiva de los movimientos de entrada, salida y muertes ocurridas en los campos para mejor información de las autoridades, en otros casos son estimativas, por la falta de datos seguros sobre exterminios y deportaciones, que si bien fueron autorizados por Stalin, porque están los documentos con su firma, fueron ejecutadas de forma irregular por los verdugos encargados de realizarlas, generalmente aumentando el número de crímenes.

Vayamos al primer punto de lo propuesto para este trabajo: la comparación entre los dos regímenes, el nazismo y el estalinismo, de acuerdo a las principales características que los unen para clasificar dentro de la categoría “totalitarismo”. No están relacionadas ni con la personalidad individual de Hitler y de Stalin que fueron diametralmente opuestas, ni siquiera con lo que ellos puedan haber expresado en el discurso a un público cautivo o mediante la propaganda masiva para el extranjero donde siempre se situaban como amantes de la paz y de los derechos de los pueblos. Las categorías comunes las analizaremos como grandes temas relacionados entre sí, aún cuando son susceptibles de subdividirse en diversos ítems:

a) la primer Guerra Mundial (modernidad, ingreso de las masas a la política, desarrollo científico y tecnológico, política y burocracia)

b) ideología y violencia de estado

c) antiliberalismo, anti capitalismo y democracia

d) racismo, antisemitismo y nacionalismo

e) oposición del mito a la razón

f) expansionismo imperialista

a) La primer Guerra Mundial


La modernidad está asociada siempre a la aparición de las grandes masas en la política. Las personas que habían permanecido olvidadas en los campos bajo sistemas tradicionales irrumpen en las grandes ciudades en los últimos 40 años del siglo XIX, las conquistas de la ciencia aumentan los nacimientos y las posibilidades de mantenerse con vida, y se plantea entonces a los políticos la interrogante de cómo dominar esa masa cada vez más exigente respecto a sus derechos. En Inglaterra la incorporación a la política se hizo de manera paulatina a medida que el desarrollo económico lo permitía y bajo regímenes liberales respetuosos de las libertades y los derechos individuales, lo cual permitió finalmente desembocar en la democracia cuando todos pudieron votar antes de terminar el siglo. En Alemania y Rusia la participación política se da después de la 1ra. Guerra Mundial (1914-1918), acontecimiento terriblemente traumático que dejó a ambos pueblos destrozados y en la miseria.

Los países europeos no comprendieron el problema de riesgo que se presentaba al término de la guerra con sus desmedidas exigencias hacia la nación perdedora, y cada uno trató de mejorar las condiciones de vida de sus propios países a costa de desangrar a Alemania, desentendiéndose de toda culpa por el desastre bélico (Stevenson, D., 2015).

Si bien Alemania había conocido antes de la Guerra un régimen liberal clásico, Parlamento, división de poderes, Estado de derecho, etc., su funcionamiento dejaba mucho que desear, el poder político seguía concentrado en el Kaiser y su ministro Canciller. La sociedad amparaba un sistema de división de clases de origen feudal, donde una aristocracia hereditaria mantenía su hegemonía y la hacía valer por medio de su representante el Emperador Guillermo II (McMillan, M., 2013).

En el caso de Rusia, la Duma o Parlamento era más bien decorativo, ni siquiera estaba constituido como Poder Legislativo, al contrario de Alemania con una tradición cultural de muy larga data, Rusia se presentaba como un país atrasado donde la masa de campesinos, aproximadamente el 80% de la población, recién había sido exonerada de su situación servil en 1862, y se mantenía fuera de toda participación política. Fue a consecuencia de la “Gran Guerra” que el pueblo ruso tomó conciencia de su situación, cuando millones de soldados murieron en el campo de batalla, la mayoría de origen campesino, por una causa que ellos no llegaban a comprender y comenzaron a dimitir y a manifestar su voluntad de no pelear más, iniciándose una resistencia activa con la formación de comités (soviets) de soldados y campesinos, una manifestación rudimentaria pero muy importante de expresión democrática. Como consecuencia de esa desobediencia a los mandos militares, se desencadena la revolución de 1917, la renuncia del zar y la toma del poder por los bolcheviques. Los dirigentes comunistas, un pequeño grupo de revolucionarios profesionales, intelectuales de clase media, perciben que está en juego dominar a esas masas recién salidas de su adormecimiento feudal y planean conducirlas a la utopía de la sociedad igualitarista sin clases, con antecedentes en los movimientos agrarios de fines del siglo anterior.

El avance hacia el totalitarismo en Alemania fue más sinuoso, pero con acontecimientos similares, la caída del imperio, estuvo precedida por la revuelta de los marineros de Kiel, en octubre de 1918 cuando se negaron a poner en marcha sus barcos para atacar a la flota inglesa en un intento desesperado de sus mandos por realizar un acto heroico que cambiara el destino, a esa altura inexorable, del desenlace de la guerra, ese gesto se transmitió a los efectivos de tierra, y que en una expansión fulminante de sus demandas terminaron por pedirle la renuncia al Emperador. En una muestra de increíble autonomía los soldados, los marineros, los trabajadores y hasta los artistas, comenzaron a formar comités corporativos y a expresarse como nunca lo habían hecho antes. El 9 de noviembre de 1918, mientras decenas de miles de personas se reunían en plazas públicas en el centro de Berlín, abdicó el Kaiser Guillermo II y se proclamó la República. Durante el período comprendido entre 1918 y 1924 se establecieron todas las libertades en Alemania de manera irrestricta y el voto universal para hombres y mujeres por la intervención del mayoritario partido Social Demócrata unido al Partido de Zentum, católico, y al Partido del Progreso (liberal moderado). Alemania pudo haberse salvado de su nefasto destino con el nazismo porque la recuperación de la vida artística, intelectual y política fue muy promisoria.

La Gran Guerra abrió también los ojos de los dirigentes en cuanto a la posibilidad de arrastrar al frente de batalla a grandes contingentes de personas reclutadas, o bien respetando su propia voluntad como en Inglaterra, o haciendo obligatoria la leva de personas, se trataba de algo inédito porque hasta entonces las batallas se hacían con ejércitos profesionales. Al principio de la guerra la sociedad de masas parecía una fuente inagotable de recursos, la cantidad de muertos era enorme, pero cada año se reclutaba una porción mayor de los nacidos el año siguiente de la leva anterior, hasta que la muerte masiva mermó los reclutas, y se vio que no era como habían creído al principio, las posibilidades no eran infinitas. Quedó claro, sin embargo, el uso y la manipulación a que se podía someter a las sociedades, siempre que se actuara con demagogia invocando intereses superiores. Las masas se habían lanzado en 1914 alegremente dispuestas a vencer a un presunto enemigo de la nación, que resultó fantasmagórico y las dejó desechas y en la miseria. Tanto la Revolución Rusa de 1917, como el posterior surgimiento del nazismo, son hijos de la primer Guerra Mundial, donde se sobrepasaron todos los límites de la ética y la moral de occidente.

Se ha dicho muchas veces con razón que los totalitarismos europeos no podrían haberse desarrollado sin el empleo de la técnica moderna. En primer lugar el ingreso de la tecnología marcó un antes y un después durante la guerra, cuando se pusieron en marcha elementos de exterminio jamás imaginados, armas poderosas como el tanque, los grandes cañones y las ametralladoras. La ventaja que mantuvo los cuatro años de guerra, casi hasta el final, Alemania como ejército ocupante, se debió a los adelantos logrados por la ingeniería militar alemana. La tecnología avanzó con pasos gigantescos durante esos años. La industria química alemana aportó los gases venenosos, como el gas mostaza que provocaba ceguera prolongada, muy utilizado con gravísimas consecuencias para miles y miles de combatientes. Se pisotearon todos los estatutos trabajosamente creados durante decenios sobre los límites del ejercicio de la violencia en los conflictos bélicos. El empantanamiento de las expectativas de los dos contrincantes de ganar la guerra, por un lado las llamadas “potencias centrales”, el Imperio Austro-húngaro y el de Alemania, aliadas del Imperio Otomano, y del otro Francia, Inglaterra y Rusia, con la ayuda casi al final de la misma, de los Estados Unidos, generó la idea de que la continuidad de la lucha podría desbalancear el empate interminable, a pesar del enorme costo de vidas humanas que esa decisión significaba. El resultado está a la vista, una visión nihilista de que todo era válido para ganar o lograr una meta, se apoderó de gran parte de la sociedad europea y el hombre común se sintió impotente para defenderse frente al poder de las fuerzas del orden que lo había llevado a esa catástrofe y una visión pesimista cundió, y se transformó en filosofía con el “existencialismo”, principalmente en Francia y en Alemania.

Pero la técnica favoreció también la aparición real de los totalitarismos, aportó los medios de dominio necesarios para dividir y luego encapsular a la sociedad de masas. No hubiera sido posible mantener los enormes lugares de confinamiento de personas, ya sean “campos de trabajo o de concentración” sin el número de armas, alambres de púa, y medios de transporte y comunicación existentes entonces. Los regímenes totalitarios quedaron atrapados en sus propias aspiraciones de resultados colosales: industrialización a cualquier costo, obras de ingeniería fabulosas, grandes monumentos y enormes ciudades, y apostaron a lograrlo utilizando la mano de obra esclava que se había usado durante la guerra. Los ferrocarriles, un medio civilizatorio de gran importancia terminó siendo usado en la URSS casi exclusivamente para el traslado de mercadería y de prisioneros que se sumaban a la población de los Gulags en los más remotos lugares. En Alemania, el Fürher ocupaba la mitad de su tiempo con sus equipos de arquitectos e ingenieros, quienes alimentaban su megalomanía de arquitecto frustrado, para concebir obras de gran envergadura que recordarían la grandeza del Tercer Reich por los siglos venideros.

Respecto a la organización, los modernos regímenes autoritarios heredaron una burocracia eficiente, un elemento que los unió a sus pasados imperiales. El sociólogo Max Weber decía que la burocracia era el mejor producto del genio alemán adicto al orden y la disciplina, en contraposición a un funcionamiento mediocre de las instituciones políticas, lo propio ocurría en Rusia donde los zares, a pesar del desorden general en todos los otros aspectos de la vida, logró hacer funcionar una estructura burocrática corrupta, pero que hacía posible el mantenimiento de ese enorme imperio. La burocracia en Alemania se mantuvo en términos generales y estuvo a disposición de los nuevos gobernantes, aunque sus componentes cambiaron con el tiempo. En cambio la URSS, evolucionó hacia una gran “burocracia de partido”, porque todos los cargos y administraciones estatales, como los Ministerios tenían un doble en cada Sección del Partido Comunista donde se tomaban realmente las resoluciones (Voslesnsky, M., 1982). Toda la administración del estado estaba en manos de esa burocracia partidaria, despersonalizada, actuando como una máquina obediente con un gran Jefe a la cabeza, quien sostenido en la férrea unidad ideológica de sus subalternos ocupaba el cargo de Secretario del Partido. La constitución y las leyes seguían existiendo, pero nadie sabía cuáles eran a ciencia cierta, ni se tomaban en cuenta, algunos sugerían que en la URSS se hacía lo que Stalin había pensado la noche anterior. En tanto en la Alemania hitleriana sucedía algo semejante, existía el derecho “prerrogativo” por el cual la voluntad del Fürher estaba por encima de la ley común y cualquier decisión de Hitler eliminaba la norma jurídica que la contradecía.


b) Ideología y violencia de estado


1) Expondremos de manera sucesiva la ideología comunista de los bolcheviques porque fue la primera en aparecer en Europa y luego la racista del nacional socialismo que llega como contragolpe de la anterior, aparentemente, mortalmente enfrentadas.

La Revolución rusa de febrero de 1917, había sido posible como vimos por la conmoción de la “Gran Guerra” y sus dirigentes socialistas moderados querían imponer el socialismo marxista de la 2da. Internacional, hasta que en octubre se hicieron con el poder el sector de los radicales bolcheviques dirigidos por Lenin y la idea de colocar a la clase proletaria en el poder mediante la “lucha de clases”, se cambia por la del partido revolucionario profesional que tomaría el poder a nombre del proletariado y lo conduciría a la sociedad sin clases mediante una dictadura. El final que justifica la lucha es la igualdad absoluta una vez eliminadas las clases sociales, la prosperidad que seguramente esa situación habría de acompañar, haría la felicidad de la comunidad hasta el fin de los tiempos. Quizá los revolucionarios bolcheviques no estuvieran tan seguros acerca de la redención futura del pueblo ruso, pero por lo menos tendrían a los 170 millones de habitantes de la Unión Soviética en paz bajo su dirección y no en estado de efervescencia revolucionaria como la que había vivido Rusia desde hacía 50 años. Todos los marxistas que convivían en la época estaban de acuerdo con los objetivos últimos, no así con los medios para llegar a ellos, así se habían formado y se seguirían agrupando núcleos muy diversos de opositores con pensamiento propio sobre las tareas a realizar para llegar al socialismo.

La simple enunciación de la utopía podría entusiasmar a jóvenes soñadores y románticos para emprender tal empresa, pero el compromiso que implicaba convertirse en un revolucionario profesional era de una magnitud espeluznante, porque significaba eliminar de la faz de la tierra a la “burguesía”, es decir no sólo a los ricos y a los aristócratas que en definitiva no eran tantos, sino a todas las clases medias y a todos aquellos con intención de convertirse en burgueses algún día. Marchar contra la corriente de una tendencia natural de los seres humanos, requirió de un extenso plan estratégico que Stalin cumplió en etapas con crueldad inexorable hasta el fin de su vida.

Después de finalizada la guerra civil, donde en el fragor de la lucha fue posible eliminar grandes cantidades de aristócratas y grandes propietarios y a todos aquellos opositores que no pudieron huir al extranjero, hubo necesidad de un estado de calma, porque entre la “Gran guerra” y la lucha entre “rojos” y zaristas, el país estaba postrado en la ruina y la población en la miseria y el hambre. Lenin proporcionó una pequeña marcha atrás en sus planes socializantes con la NEP, el Nuevo Plan Económico que permitió el surgimiento de una pequeña industria y comercio y continuar con el reparto de la tierra a los campesinos comenzada en tiempos del zar, con lo que éstos obtenían la ansiada propiedad de pequeñas parcelas para trabajar. Hubo una razonable mejora en la situación. Pero la revolución no se había hecho para tan magros objetivos, cuando Stalin en 1924 logró mediante infinita astucia, hacerse con el poder absoluto, las cosas iban a cambiar realmente y entre 30 y 40 millones de seres humanos serían sacrificados en el altar de la lucha de clases.

Pasadas unas pocas semanas de la Revolución de Octubre, Lenin y sus hombres sentían tanta hostilidad a su alrededor entre campesinos y obreros, aquellos en cuyo nombre habían tomado el poder, que decidieron fundar su propia policía política. Un servicio de inteligencia punitivo y disuasorio: la Comisión Extraordinaria para Combatir la Contrarrevolución y el Savotaje, “Checka” por su sigla en ruso. Esta institución va a denominarse sucesivamente GPU, OGP, NKVD, MUD, KGB y FSB pero no fueron más que cambios de nombre, de tal manera que nosotros en adelante la llamaremos “Cheka o policía política”.

Los hombres visibles de la Revolución eran Trosky, creador del Ejército Rojo y el ideólogo Lenin, pero requería de un tercer hombre que la defendiera de sus enemigos internos, había que armarla contra la amenaza de muchos que desde la izquierda y la derecha, no deseaban una dictadura marxista, sino un foro democrático y plural. Un activista polaco, Felix Dzierzynski, fue elegido como Director de la Cheka, quien creó un servicio para esa función. Así como Lenin sirvió de ejemplo a los futuros líderes del Estado y del Partido soviético, Dzierzynski se convirtió en el modelo a seguir por todos los jefes de la policía política soviética posteriores. Hasta la muerte de Stalin en 1953, le sucedieron en el cargo el también polaco Viacheslav Menzhinki, el judío Guenrij Yagoda, el ruso Nicolai Yerzhov y el georgiano azerí, coterráneo de Stalin, Lavrenti Beria (Rayfield, 2005).

Dzierzynski, un fanático comunista le dio a la Cheka y a las instituciones que la siguieron la imagen de ser “la espada y la llama de la Revolución” y la convicción que debía convertirse en el poder central y supremo de la Unión Soviética. Fue él quien estableció los poderes extralegales de la Cheka, porque su objetivo era aplicar y hacer cumplir sin contemplaciones la ideología comunista, aunque sometió al grupo de asesinos que dirigía al líder del Partido. Sin el apoyo del jefe de la policía secreta, Stalin nunca hubiera llegado al poder absoluto. En 1922 el Director de la Cheka puso el medio millón de paramilitares que controlaba en toda Rusia al servicio de Stalin, sellando así el destino de la URSS, cuando al surgir la oposición entre las líneas de Stalin y de Trotski, eligió al primero, en virtud del “apoyo leal” que éste presentaba a la política de apaciguamiento de Lenin, frente al internacionalismo revolucionario de Trotsky.

En la reseña siguiente sólo anotaremos los hitos más importantes de la lucha entablada entre Stalin y la Cheka contra el pueblo ruso para dominarlo y convertirlo en un rebaño de autómatas. La mayoría de los datos sobre el régimen soviético pertenecen al libro del historiador inglés Donald Rayfield (Rayfield, 2005).

En el verano de 1921, la Cheka ensayó en Petrogrado, por primera vez con éxito las técnicas de terror que utilizaría a mediados de la década de 1930. Los prisioneros eran miembros de la intelectualidad que en una actitud ingenua habían apoyado la revuelta de los marineros del Kronstadt, violentamente reprimidos. Fueron sentenciados a muerte más de 100 personas, entre ellos algunos poetas muy queridos del pueblo ruso. La Cheka de Petrogrado trató a los condenados de manera atroz. Sin embargo, el efecto de aquella matanza incomprensible fue el deseado por las autoridades. Durante los 30 años siguientes y con muy pocas excepciones, los disidentes no se atrevieron a decir lo que pensaban y se limitaron a buscar las condiciones que justificaran su capitulación. Si la ciencia y el arte querían sobrevivir, tenían que colaborar con el régimen bolchevique. Esa conducta general no salvó a escritores y científicos que tuvieron alguna objeción con las ideas oficiales del régimen respecto a su especialidad, y así en distintas oleadas pero principalmente a partir de 1939, geólogos, ingenieros aéreos, físicos nucleares, biólogos, poetas, autores teatrales, etc. fueron arrestados y asesinados o condenados al hambre al quitársele la tarjeta de racionamiento.

En la primavera de 1922, Lenin, Stalin y Trotski actuaron conjuntamente por última vez. Su objetivo era destruir a la Iglesia ortodoxa rusa, único bastión de ideología hostil que se les oponía. En toda Rusia murieron miles de sacerdotes y monjas y las iglesias fueron destruidas o convertidas en depósito de armas.

Cuando en 1928 empezaron a fracasar los absurdos planes quinquenales de Stalin en la industria, los ingenieros directivos de las empresas fueron acusados de saboteadores y de estar vendidos al extranjero. Como nadie podía afirmar que lo imposible de realizar eran esos planes, el pretexto era acusar a los ingenieros, quienes como profesionales preparados ocupaban un rango más alto en la escala social. Fueron sometidos a juicios ridículos, torturados, y muchos condenados a muerte. Rusia perdió con esta maniobra de Stalin una generación de ingenieros muy preparados en las décadas anteriores, que hubieran sido cruciales para dirigir la transformación estructural deseada y poner a la URSS en el camino del progreso tecnológico. Lo mismo iba a suceder cuando se puso en marcha el proyecto de colectivización de la tierra, los perdedores, además de los campesinos, iban a ser los ingenieros agrónomos, con los cuales se repitió la misma maniobra. Acusados de traición y de espionaje con el enemigo, padecieron todos los sufrimientos que el régimen les tenía preparados y la mayoría murieron o fueron condenados al Gulag.

Según el citado Donald Rayfield el más horrendo de los crímenes de Stalin fue la masacre del campesinado ruso entre 1928 y 1933. Stalin le dijo a Churchill que la colectivización le había costado 10 millones de vidas, pero hoy sabemos que podemos elevar esa cifra al doble. Para sorpresa de las autoridades soviéticas entre las cifras de población del censo de 1937 que se preveían en 1926, año del censo anterior, y los datos reales había 20 millones de personas menos: los infelices que elaboraron el censo con tan malas noticias por supuesto también fueron fusilados.

En verdad Lenin despreciaba a los campesinos por su religiosidad, sólo le interesaban los obreros de la industria, y había propuesto junto con Trosky la colectivización de los campos, y ahora Stalin se ocupaba de llevar a cabo la tarea. Comerciar en privado con las cosechas o no entregarlas al Estado se convirtió en una acción criminal y los que se negaban a la confiscación se convertían en terroristas y eran apresados. El gobierno confiscó hasta el último grano de trigo, porque necesitaba alimentar a los obreros de las ciudades y vender sus cosechas al exterior para comprar maquinaria y tecnología. La gran animosidad entre el campesinado no dejo más opción a las autoridades soviéticas que dar un paso más y esclavizar a la población rural en granjas colectivas. Para eso era necesario eliminar al “Kulag”, el campesino que había trabajado más y obtenido mejores resultados de la tierra obtenida en el reparto de los campos. No era necesariamente rico, pero si obtenía un plus de lo que la familia podía consumir. Un campesino pobre era aquel que había perdido su tierra o no podía subsistir en ella y por lo tanto trabajaba para otro. El “gran cambio” anunciado en noviembre de 1929 era un programa de colectivización total en las regiones productoras de cereales. Los Kulaks se resistieron y fueron arrasados por los paramilitares de la Cheka y por el propio Ejército Rojo recurriendo a las ametralladoras y los bombardeos aéreos. Los que quedaron en pie fueron detenidos y fusilados o abandonados en inhóspitas y heladas tierras no cultivables del Polo Ártico o de Kazajstan. Para los funcionarios del Partido enceguecidos por la doctrina, era necesario eliminar a la pequeña burguesía rural, calificándola de “explotadora” aunque sólo hubiera utilizado a un trabajador como empleado.

El cataclismo desencadenado por Stalin provocó un sufrimiento que encuentra pocos equivalentes en la historia de la humanidad, cuando en los años siguientes de 1931 y 1932 debido a la mala gestión de los campos y las requisas de cereal del gobierno, que no dejaba ni un grano a los campesinos para subsistir y poder plantar la siguiente cosecha, la población rural empezó a morirse de hambre. Se calcula que sólo en Ucrania unos 7 millones de campesinos perecieron y en varias regiones del Cáucaso se practicó el canibalismo.

Todo sucedió bajo el silencio y la indiferencia absoluta de Europa y Estados Unidos, preocupadas entonces por la depresión económica, a quienes les convenía comprar alimento a cambio de tecnología. En 1931 se exportaron de la URSS, 5 millones de toneladas de cereal provenientes de las requisas de un campo que padecía hambre. Nadie intercedió por sus víctimas, ni protestó por lo que estaba ocurriendo. La persecución nazi de los judíos comenzó en 1939 cuando Stalin completó sus iniciativas genocidas de trabajo forzado y erradicación contra el campesinado ruso. El mundo no se quejó a pesar de que se filtraba información, como así tampoco la persecución de Hitler a los judíos despertó grandes resistencias en Europa.

En mayo de 1929 apareció una resolución del Politburó secreta y firmada por Stalin que llevaba por título “Sobre el uso de criminales convictos como fuerza de trabajo”… ¿qué consecuencias tuvo esto? En ese momento los campos de concentración de la URSS se convirtieron en “campos de trabajo correccionales”, es decir el Gulag dejó de ser el lugar donde llegaban los opositores políticos para ser una gran empresa de trabajo esclavo, a donde se reclutaba a cientos de miles cada año para trabajar en todos los proyectos de infraestructura y grandes obras públicas incluidos en el Plan Quinquenal de Stalin: la tala de árboles, la minería, la construcción de Canales como el Canal del Mar Blanco (en esa obra murieron 100.000 trabajadores del Gulag de los 300.000 empleados), los ferrocarriles y caminos. Los arrestos ascendieron vertiginosamente, pero el tamaño de los campos no dependía del número de arrestos, sucedía lo contrario, eran las necesidades económicas de los campos con su terrible mortandad por hambre y frío y su inagotable red de trabajadores prescindibles, las que dictaban el número de arrestos.

Los Gulags habían sido creados por Lenin en 1918. En su época de auge en 1942, llegaron a ser 1100 los campos autónomos distribuidos en todo el territorio soviético, desde el Ártico hasta el océano Pacífico divididos a su vez en cientos de pequeños centros (Appelbaum, A., 2012).

El 16 de setiembre de 1932 entró en vigor una ley draconiana: la “Ley de las cinco espigas de trigo”, por la cual se castigaba con pena de muerte o de prisión a todo aquel campesino que se apoderara siquiera de un puñado de grano o un repollo y lo guardase para sí. El capitalismo, argumentaba Stalin, había acabado con el feudalismo porque había convertido en sacrosanta la propiedad privada: ahora el socialismo debía superar al capitalismo convirtiendo la propiedad pública en algo “inviolable”.

Lo único que preocupó entonces a Stalin fue no permitir que la prensa extrajera se enterara de lo que sucedía. Algunos pocos corresponsales, se animaron a recabar datos de la situación en la región de Kuban en el Cáucaso, una de las más afectadas por las hambrunas, las torturas, las flagelaciones y los fusilamientos masivos, pero la opinión pública no les creyó. ¿Cómo Stalin, el líder socialista que abogaba por la paz y los hombres libres del mundo iba a destruir de esa forma a sus propios campesinos?

El genocidio de los campesinos soviéticos sólo encuentra parangón con los asesinatos de los judíos por los nazis, deberíamos ser conscientes de esa tragedia. Buscar una explicación del poder criminal de Stalin y justificar el asesinato de millones de seres humanos por una motivación benévola como la industrialización de Rusia como se sigue repitiendo, no es moralmente aceptable.

Enzo Traverso nos quiere explicar en el Cap. XII de su libro que la noción de totalitarismo tiende a ocultar las diferencias que mantiene el régimen estalinista, heredero del Siglo de la Luces y la tradición racionalista, con su oposición, el nacional socialismo, que constituye su enterrador, en tanto el concepto totalitarismo se limita a subrayar los elementos comunes a estos dos regímenes (Traverso, 2001, 152).

Es cierto que la conquista napoleónica fomentó en los estados alemanes una fuerte reacción anti francesa y a todo lo que su cultura significaba en cuanto al Aufklärung, con el pretexto de no representar la auténtica cultura germana, vinculada al sentimiento, a los orígenes del “volk”, de la sangre y la raza. Los nazis se apropiaron de esos principios y rompieron con la tradición racionalista de occidente en Alemania. Lo que resulta más difícil es aceptar que el comunismo soviético, sea el heredero y continuador de la racionalidad del Siglo de las Luces. Se puede considerar una enorme falacia intentar justificar los crímenes políticos en nombre de sus objetivos últimos, de la bondad de un proyecto futuro, de un constructo de la razón, sin un sustento en la realidad del bienestar y felicidad humana, que en definitiva no sólo provocó enormes sufrimientos al pueblo ruso en términos de muertes y miserias, sino que terminó desarticulándose ante la negativa de los ciudadanos de continuar con ese experimento. Enzo Traverso quiere salvar el resultado por las “buenas intenciones” aunque el medio haya sido bárbaro, situando al estalinismo como un momento de locura en manos de un tirano, pero por eso mismo pasajero, porque una vez alcanzado un cierto grado de desarrollo económico, se volvería a retomar la trayectoria de occidente hacia el socialismo, que es “el camino de la razón”.

Stalin afirmaba continuamente que cuanto más cerca estuviera la sociedad socialista de la victoria y la homogeneidad, más desesperada sería la lucha contra los enemigos. El 1º de diciembre de 1934, en Leningrado mataron a Serguei Kirov, amigo de Stalin, miembro del Politburó y secretario del Comité Central. Ese asesinato marcó el comienzo de una psicosis en masa que habría de azotar a la URSS por espacio de cuatro años, provocado por las fantasías paranoides de Stalin. En verdad, el asesinato de Kirov fue tan sólo una señal para proceder al exterminio de todos los bolcheviques, tanto de derecha como de izquierda que alguna vez se le hubieran opuesto y criticado su línea política. Cualquier acontecimiento le hubiera servido de excusa. Tanto es así que el propio Nikita Krushchev, quien había sido un fiel seguidor de Stalin en las masacres del Cáucaso durante la colectivización, en el discurso pronunciado en las sesiones secretas del 24 y 25 de febrero de 1956 en el XX Congreso del Partido Comunista Soviético, donde se trató de desmitificar la figura de Stalin, habló de la posibilidad de que el propio asesinato de Kirov hubiera sido planeado por Stalin. (Krushchev en su discurso sólo criticó las purgas hacia el Partido Comunista y el Ejército Rojo, consideró que todo lo anterior realizado por “el hombre de acero” estaba de acuerdo al pensamiento de Lenin y era correcto) (Informe secreto de Nikita Krushchev, 1956)

Stalin comenzó a urdir una trama o mejor dicho, se mejoró la trama jurídica que había funcionado en los juicios anteriores. Se ajustó una complejísima dramatización de acusaciones mutuas de los arrestados, que se extendió y adquirió inmensas proporciones a medida que pasaron los tres siguientes años. Se proyectaron juicios públicos y privados en los cuales el Fiscal del Estado, Andrei Vishinski preguntaba a Stalin por escrito la pena a aplicarse.

El primer Juicio fue el 28 de diciembre de 1934 en Leningrado. Los principales imputados, Kamenev y Zinóviev, fueron exilados a Siberia y luego asesinados, pero no terminó allí, pronto fueron también liquidados Bujarin y los parientes más cercanos de los acusados, luego, todos aquellos que en algún momento habían apoyado o trabajado con los principales imputados y entonces miles de “centristas democráticos” o de sindicalistas fueron muertos o trasladados a lugares muy remotos al norte del círculo Ártico.

Stalin había decidido demostrar que Troski trabajaba a las órdenes de la Gestapo. Como Troski era judío, los judíos alemanes comunistas que se habían refugiado en la URSS para salvarse de Hitler, tuvieron que ir a la fiscalía para defenderse de la pena de muerte. No se habían imaginado nunca que Stalin mataría más comunistas alemanes que el propio Hitler, una observación que llenaba de satisfacción a Mussolini.

Los crédulos observadores occidentales alegaron que el pastiche de procedimientos legales inventados por Vishinski y de mentiras orquestadas por Stalin, no podrían estar íntegramente falseadas, le otorgaban crédito al tirano. Lo cierto es que la opinión pública de occidente no tenía en 1936 el menor deseo de molestar a Stalin. El Gral. Franco había dado su golpe de Estado contra la “República” española. Japón había invadido China. Los demócratas occidentales decidieron que para combatir el fascismo, mucho más cercano a los centros de poder europeo, era preciso poner sordina a las críticas de los asesinatos judiciales perpetrados por Stalin.

La diferencia entre el terror de 1936-1938 y los asesinatos que se habían perpetrado anteriormente, era que se lanzaba una reacción en cadena de sucesivas acusaciones que incriminaba a los miembros del propio Partido Comunista, del Ejército Rojo y de la Cheka, salvo el círculo íntimo de Stalin. En los juicios ejemplares que se sucedieron decenas de miles de comunistas leales fueron devorados por el propio Leviatán que ellos habían creado y loado. Los acusados sufrieron brutales torturas por parte de los hombres de Nicolai Yazhov y quizá por esa razón todos se atuvieron al libreto y confesaron todas las acusaciones.

Mientras Stalin condenaba a muerte a la vieja guardia bolchevique, preparó también su propia “solución final” contra la libertad de pensamiento entre la población civil, lo que se llamó el “Gran Terror” que asoló la Unión Soviética desde la primavera de 1937 al otoño de 1938, provocando 750.000 ejecuciones sumarísimas contra “los enemigos del pueblo” y el doble de condenados a los campos de trabajo. El Gran Terror golpeó con más fuerza a personas de edades comprendidas entre los 30 y los 45 años con cargos directivos o con profesiones liberales. Al igual que en la guerra contra el campesinado el terror urbano azuzó a los más jóvenes, los no calificados y los más pobres, en contra de las personas de mediana edad, con conocimientos calificados y que poseyeran alguna propiedad.

Cualquiera que residiera en el mismo edificio de personas que habían sido arrestadas, o tuviera alguna relación con ellas, automáticamente pasaba a ser una posible presa El sólo hecho de ser dueño de un apartamento agradable o de unos muebles bonitos era motivo de arresto. Tal era la presión para matar detenidos, que tanto en la provincia como en Moscú, en 1937, se optó por el gas carbónico como medio de ejecución masiva, poco antes de que Hitler utilizara el mismo método contra los débiles mentales. Camiones en los que se leía la palabra “Pan” circulaban por las calles al tiempo que bombeaban gases en el compartimento trasero donde los presos yacían desnudos y atados los unos a los otros hasta llegar a la fosa donde serían sepultados.

Era una situación desbordante, se establecieron objetivos que debían alcanzarse en cada región en cuanto a ejecuciones y detenciones, en diciembre de 1938, la población del Gulag superó la barrera del millón y casi otro tanto estaba internado en las prisiones y otras colonias de trabajo. Ese año el índice de mortandad en el Gulag superpoblado, caótico, mal gestionado por administradores faltos de experiencia, se disparó al 10 por ciento de los internos. Aun así, los campos no daban abasto para asimilar los arrestos masivos que continuaban sin parar, Para solucionar este inconveniente Stalin decidió que el porcentaje de “enemigos” sentenciados a muerte debía aumentar en detrimento de los condenados a trabajos forzados de un 0.5 a un 47%.

Por el resultado de las investigaciones realizadas parece indiscutible que Stalin no sólo conocía a la perfección y de antemano todas las actividades que el Director de la policía política llevaba a cabo, sino que lo azuzaba indicándole lugares donde podría albergarse un gran número de espías y saboteadores.

El revolucionario comunista yugoeslavo Milovan Djilas dijo:

Desde el punto de vista del humanismo y de la libertad, la historia no ha conocido un déspota tan brutal y cínico como él. Metódico como los criminales que lo subordinan todo a la realización de una pasión delictuosa, era uno de esos dogmáticos, extraños y terribles, que son capaces de destruir al noventa y nueve por ciento de los seres humanos para dar la “felicidad” al uno por ciento restante (Milovan Djilas, 1962, 153).


2) La ideología nacionalsocialista se centraba en el poder “aristocrático” de la naturaleza, que no concentra su mayor energía en el mantenimiento de lo existente, sino más bien en la selección de la descendencia como conservadora de la especie, así pensaba Hitler, no puede tratarse de mejorar artificialmente lo malo subsistente, algo de suyo imposible, sino debe asegurarse bases más sanas para un ciclo de desarrollo venidero. Ve el valor de la humanidad en sus ejemplos raciales de origen, pero no cree de ninguna manera en la igualdad de las razas, sino por el contrario al admitir su diversidad, reconoce también la diferencia cualitativa existente entre ellas. Esta ley se daría no sólo entre las razas sino también entre los individuos, es el mérito de la personalidad lo que destaca al hombre del conjunto de la masa. La ideología preveía también una situación ideal armónica, donde los hombres más capacitados prevalecerían en cada uno de los respectivos pueblos, y aquellos que resultaran los mejores como creadores de cultura, debían mandar y ser obedecidos por las razas inferiores para lograr el avance de la civilización. “Un mundo bastardizado o mulatizado estaría predestinado a hacer desaparecer para siempre toda noción de lo bello y digno del hombre, así como la idea de un futuro mejor para la humanidad” (Hitler, 1962, 179). Para el nacionalsocialismo, el
marxismo al predicar la igualdad de las razas, quiere disolver las naciones en un presunto internacionalismo, donde en cambio prevalecerá la raza judía. No puede existir una verdadera civilización internacional. El hecho de que los principales dirigentes del Partido Social Demócrata alemán, el principal partido marxista de Europa fueran todos judíos y que la mayoría de los dirigentes del Partido Comunista en Rusia fueran también judíos, lo llevaba a pensar en una conspiración sionista marxista para liquidar a Alemania. Culpaba a los socialistas alemanes de causar la derrota de Alemania al votar por la paz en 1917, y también de haber aceptado el Armisticio y luego el Tratado de Versalles por razones ideológicas para oprobio y vergüenza de la nación alemana.

Algo no estaba expresado sin embargo con claridad en su prédica y era cuáles medios se iban a utilizar para lograr esos resultados de armonía universal. Para someter a esos supuestos pueblos inferiores había que dominarlos por la fuerza, porque estaban establecidos desde hacía siglos en territorios de Europa del este, la mayoría eran de origen eslavo, pueblos que Hitler consideraba una raza de esclavos, inferiores a los arios.

Hitler con su inmensa habilidad como disertante y el carisma personal que sus contemporáneos le reconocieron, conquistó a una audiencia mayoritaria para su teoría de la necesidad del “espacio vital” o “lebensraum”. Según esta teoría muy difundida ya desde principios del siglo por reconocidos geopolíticos, debía procederse a una readecuación de los espacios geográficos correspondientes a cada nación. Alemania que había tenido un desarrollo demográfico muy potente y se perfilaba como una nación poderosa del punto de vista industrial, necesitaba más tierra para alimentar a su acrecentada población. Hitler no estaba de acuerdo con las otras opciones posibles para solucionar el problema alimenticio, como la de obtener colonias en tierras lejanas, como África. No quería competir con Inglaterra (siempre conservó la esperanza de llegar a un acuerdo con el Imperio Británico), ni tampoco aumentar la productividad agrícola, porque la consideraba una solución de corto plazo. Así que la única posibilidad real a su entender, era acrecentar los territorios alemanes dentro de Europa hacia el este, añadiendo más de un millón de kilómetros cuadrados a los 553.000 que ya tenía a expensas de Polonia y Rusia (Irving, 1991, 49).

Hitler al igual que Mussolini hacía la apología de la violencia política y a diferencia de Stalin, no ocultaba en sus discursos los métodos violentos que debería emplearse de ser necesario para establecer un orden, pero no se hablaba de la guerra públicamente. Una vez eliminado el despreciado Parlamento y prohibidos los inservibles partidos, el pueblo debía unirse en una comunidad nacional bajo el mando de un Jefe único, un Fürher, que lo representara y al mismo tiempo se hiciera responsable de sus actos y sus consecuencias.

Como incansable propagandista de sus ideas, Hitler había pronunciado miles de discursos en todas las ciudades de Alemania estableciendo una relación casi personal con la mayoría del pueblo, por lo menos así lo sentían sus seguidores, quienes afirmaban que emanaba de su persona un magnetismo muy particular. En cambio, Stalin sólo les hablaba a los miembros del Partido, su carisma era hereditario, ocupaba el sillón sagrado de Lenin y no tenía relación directa con las masas, usaba su inmensa astucia para manejar los hilos del poder y su influencia sobre las personas que lo acompañaban.

El futuro del movimiento nazi dependía del fanatismo y de la intolerancia con que sus adeptos sostuvieran su causa como la única justa y la impusieran a otros movimientos de índole semejante. Así como Stalin había impuesto a los comunistas la idea de unidad absoluta en torno a los dogmas leninistas, así también debía Hitler enfrentarle con otro dogmatismo de índole semejante.

Desde su asunción como canciller del Reich en 1933 hasta 1939, Hitler produjo cambios extraordinariamente favorables para la vida de los alemanes: los obreros volvieron a tener trabajo y alimentos y a ser tratados como seres humanos respetados, se creó una red de autopistas que cubría y comunicaba todos los pueblos de Alemania, campos de deportes, se inició la fabricación de un pequeño automóvil que estaría al alcance de cualquier obrero y muchos otros bienes llegaron a la mayoría de la población.

Pero Hitler cometió dos grandes crímenes contra la humanidad: uno fue el genocidio de los judíos y el otro haber iniciado una guerra feroz que no tenía posibilidades de ganar. De los territorios reclamados por Hitler algunos pertenecieron a los germanos en la época del primer Reich, el Sacro Imperio Romano Germánico de Federico Barbarroja, los territorios de Alsacia y Lorena si bien eran de población y habla predominantemente alemana, fueron arrebatados a Francia en la Guerra franco-prusiana de 1871, en cuanto a los puertos de Mermel y Danzig así como el corredor polaco que unía por el Mar Báltico a Alemania con Prusia Oriental, la Liga de las Naciones creada luego de la Gran Guerra los internacionalizó bajo su administración. También es cierto que provocaron mucho disgusto entre la población alemana la ocupación de algunas ciudades como Düsseldorf, Duisburgo y Ruhrot, el 15 de marzo de 1921, y la ocupación del Ruhr en enero de 1923 por Francia para garantizar el pago de indemnizaciones. No fueron justas muchas de las medidas que se tomaron contra Alemania respecto a los territorios, y principalmente en relación a las indemnizaciones de guerra que fueron desde todo punto de vista excesivas y absurdas. Pero la posibilidad de luchar contra toda Europa por más excelencia que tuviera la Wehrmacht, sólo cabía en la imaginación febril de Hitler y en la creencia exagerada de la capacidad del pueblo alemán como líder mundial. El desastre que acarreó la resistencia de los pueblos invadidos y sacrificados por la guerra, ocasionó millones de muertes innecesarias y profundas consecuencias por varias décadas. El mundo se volvió a dividir pero no en la forma pensada por Hitler.

En relación al problema judío como se trata de hechos muy conocidos y estudiados por la historiografía en occidente, sólo vamos a recordar algunas cifras. En un discurso pronunciado en el Reichtag el 30 enero de 1939, Hitler lanzó una clarísima amenaza:

Hoy quiero volver a profetizar algo, si la financiera judía internacional de dentro y fuera de Europa consiguiera otra vez arrastrar a nuestros pueblos a una guerra mundial, el resultado no sería la bolchevización del mundo con la consiguiente victoria de los judíos, sino la destrucción de la raza judía en Europa (Irving, 1991, 209).


Esta peligrosa afirmación aceleró el éxodo masivo de judíos durante 1939 hasta octubre de 1940. Se marcharon casi dos tercios de los judíos del Reich, alrededor de 300.000 de Alemania, 130.000 de Austria, 30.000 de Bohemia y Moravia. De ese contingente de exilados unos 70.000 lograron llegar a Palestina (Irving, 1991, 209). Hasta ese momento nadie sabía cuál sería la “solución final”, salvo la expulsión. Aparentemente buscaba la “judenrein” el vaciamiento de población judía del territorio de Alemania.

Los nazis procedieron a eliminar población judía de países conquistados, especialmente de Polonia y Rusia después de 1939. Fueron eliminados de tres maneras, por fusilamiento, por trabajos forzados y en los campos de exterminio como: Auschwitz, Buchenwald, Majdanek, Mauthausen en Austria, Treblinka, Befrem, Libidor y Chelmno en Polonia. Algunos de ellos habían sido anteriormente campos de concentración para enemigos políticos.

La cifra total de muertes no se conoce con exactitud pero se calcula que en 1939 había aproximadamente 10 millones de judíos viviendo en los territorios ocupados y se calcula que la mitad fueron expulsados o exterminados por los nazis (Shirer, 1962, 337-349).

Hay algo impactante y patético en este asunto del genocidio judío y es la colaboración de los propios judíos con sus verdugos. Cuando los nazis conquistaban un territorio además de un gobierno títere instauraban una oficina central judía, integrada por las personas más relevantes de la comunidad judía en cuestión, unos pocos cientos de personas, a quienes los nazis conferían extraordinarios poderes para dirigir las deportaciones y el posterior traslado a los centros de confinamiento. Sin la ayuda de los judíos en las tareas administrativas y policiales hubiera sido imposible para los alemanes realizar esta trágica tarea, porque no disponían de los recursos humanos suficientes. En todos los casos, tanto en las comunidades judías más educadas de los países del centro y oeste de Europa, como en las poblaciones del este, el Consejo judío de representantes de su pueblo hacían las mismas tareas: formaban listas de individuos judíos, con expresión de los bienes que poseían, obtenían dinero de los deportados a fin de pagar los gastos de su deportación y exterminio, llevaban un registro de las viviendas que quedaban libres, proporcionaban fuerzas de policía judía para que colaboraran con la detención de otros judíos y los embarcaran en los trenes que debían conducirles a la muerte. ¿Cuáles motivaciones los movían para actuar así? Aparentemente su propia salvación, el trato que le daban las autoridades era amable y mientras se operaba el proceso podían mantener su estilo de vida. Pero una vez que hubieron embarcado el último judío común bajo su mando, la mayoría de ellos mismos tuvieron que subir a los trenes rumbo a los campos de exterminio (Arendt, 2014, 172).

c) Antiliberalismo, anticapitalismo y democracia


¿Habían fracasado los regímenes democráticos liberales en Europa cuando se produjo la 1er. Guerra Mundial? Desde varias décadas atrás había comenzado una lenta etapa de transformación política hacia un mayor intervencionismo estatal como resultado de la problemática generada por la revolución industrial y la sociedad de masas. Lo que hoy entendemos por Estado de Bienestar con gran protección social del Estado, pero manteniendo los derechos individuales y la libertad de empresa, era un modelo en formación sobre el cual pesaba la dura crítica del movimiento marxista. A principios del Siglo XX la lucha entre el socialismo y el liberalismo democrático moderado era muy fuerte, hay que tener en cuenta que el socialismo significaba para todos los líderes socialistas europeos, la propiedad estatal de los medios de producción, aún para aquellos que pensaban que esa meta se alcanzaría por medios democráticos, aunque a decir verdad, ya existía una brecha entre socialistas que colaboraban con los demócratas, y los marxistas radicales. Es indudable que en ese tiempo la democracia liberal sólo fue plenamente exitosa en los países anglosajones, con una muy débil institucionalidad en el resto de Europa y en América Latina.

Ambos regímenes estudiados rechazaban de plano la instancia de participación política indirecta de los ciudadanos a través de sus representantes y de los partidos políticos, la única manera más eficaz encontrada hasta hoy para permitir expresar la opinión ciudadana. La unidad del totalitarismo se perfila entonces como la antítesis del liberalismo y de todo el entramado político creado por éste, ambos regímenes estudiados convergían en un mismo trabajo práctico de destrucción de lo político como ámbito de confrontación y de acuerdos ante la diversidad de opiniones de los ciudadanos.

La idea de que el pueblo en su conjunto, el proletariado, o cualquier otro grupo o clase social pudiera gobernar directamente, es producto del engaño o de las fantasías del joven Marx. De lo que se trataba en el nacional socialismo era de que un líder tomara el poder total en representación del pueblo y pudiera asumir los riesgos más absurdos sin oposición. En la URSS, ni siquiera el Partido de Lenin pudo gobernar, necesitó de un jefe absoluto para movilizarlo y cuando este tirano quiso, lo vapuleó, lo diezmó y lo expulsó de la arena política. Stalin sólo tuvo dos propósitos políticos y los logró plenamente: eliminar toda disidencia, todo tipo de oposición y probable formación de otros partidos dentro de la Unión Soviética, y lograr un Partido Comunista con una sola línea ideológica obedecida monolíticamente por todos sus miembros, incluso los Partidos Comunistas de los países independientes. Esta es la única obra de Stalin.

Ninguno de los dos regímenes negaba “la democracia” en la sociedad de masas. Por eso es interesante examinar qué entendía por democracia un ideólogo del nacional socialismo de los primeros tiempos como Karl Schmitt. Para este autor las modernas sociedades de masas eran democráticas en sí mismas porque eran homogéneas. La homogeneidad era lo que las hacía democráticas y toda discrepancia por lo tanto, se veía como defecto y debía ser eliminada (Schmitt, 1999, 120). Este concepto es compartido con el régimen comunista, para el cual el sentido de la democracia sería el producto de la igualdad absoluta del proletariado una vez llegado al poder.

Porqué se repite tan a menudo que el objetivo de Hitler era proteger el capitalismo? Hitler hizo alianzas con algunos grandes empresarios dentro de una estrategia de conseguir ayuda pecuniaria mientras el partido crecía, así como Lenin recibió del Kaiser Guillermo II dinero para hacer la revolución rusa. A Hitler sólo le interesaba aquello que permitiera hacer resurgir a Alemania como potencia según se dieran los acontecimientos, pero no estaba especialmente interesado en mantener el capitalismo. En primer lugar poco antes de la guerra fueron eliminadas las pequeñas empresas a favor de las grandes por razones de utilidad práctica, luego por necesidad armamentística los empresarios se vieron en la necesidad de producir de acuerdo a los intereses bélicos de los dirigentes nazis. Cuando comenzaron los bombardeos aliados masivos se destruyó todo el parque industrial de Alemania, fábricas y maquinaria. Si uno puede creerle a Albert Speer, amigo personal del Fürher y Ministro de Armamento y Abastecimiento en los dos últimos años de la guerra, en sus famosas “Memorias de Spandau” (Speer, 1969, 476 y sgts.) se acometieron inmensas obras de ingeniería para trasladar bajo tierra todas las empresas productoras de armamento donde trabajaban miles de prisioneros de guerra. De esas fábricas ocultas a los ojos de la aviación enemiga dependió la inútil última resistencia de Alemania Los dirigentes locales del partido nacional socialista reclamaban que la propiedad de las grandes empresas, sólo virtualmente privadas, pasaran a su jurisdicción. Hitler nunca dio ese paso. En la práctica había sido eliminado el derecho de propiedad de los medios de producción porque el régimen de organización del trabajo del Reich alemán había cambiado en un 100%. Se propiciaba una centralización absoluta del poder, que no es compatible con el capitalismo, necesitado por definición de libertad económica. Al anteponer la política de conquista imperialista a otras opciones y su posterior derrota, no hubo ocasión de desarrollar todo el potencial ideológico del nazismo, seguramente de haber continuado un tiempo más en el poder se hubieran podido apreciar todas las consecuencias lógicas implícitas en su ideología totalitaria.


d) Racismo, antisemitismo y nacionalismo


El descubrimiento de países exóticos en África y Asia durante el período de expansión imperialista de Europa a fines del siglo XIX, y su trato más cercano con esos pueblos, puso ante los ojos de los europeos las diferencias existentes entre los seres humanos. La idea de igualdad que primó durante el siglo XVIII, dejó paso a un pensamiento más pesimista respecto a las capacidades como constructores de civilización de los diferentes pueblos y razas. Aparece el “racismo” como la presunción de una superioridad de ciertas razas creadoras de cultura. Hitler tomó del ambiente cultural europeo estas creencias difusas y las introdujo en el centro de su relato ideológico.

Dentro del racismo encontramos el antisemitismo, que es muy anterior en varios siglos. Puede decirse que tanto el occidente como el oriente europeo eran antisemitas. La Rusia zarista fue profundamente antisemita, los zares fomentaron la exclusión de los judíos durante siglos. A principios del XX se calcula que habitaban Rusia 5 millones de judíos. En su origen eran tártaros conversos, ubicados al norte del Mar Negro, volcados al judaísmo a instancias de su rey en el siglo VIII y que luego se expandieron a los países limítrofes, en especial a Polonia y Alemania. El judaísmo era nada más que una religión, pero a partir de 1883, construyó un centro político internacional como el “sionismo”, una organización para recolectar dinero y presionar a los países europeos para promover la formación de un Estado judío en Palestina. El haber unido Hitler la vinculación del sionismo con el capital imperialista internacional en manos de los judíos, como una acción destinada a someter a Alemania a sus designios, resultó fatal. Recordemos que en un manuscrito de 1943, el predecesor de Hitler en la cancillería, el Dr. Heinrich Brüning afirmó que después de la gran inflación (1923) sólo había quedado un gran banco alemán fuera del control de los judíos y que algunos de éstos vivían en una “corrupción absoluta” (David Irving, 1991) No hay que olvidar que los bancos de crédito eran los dueños del destino de la gran industria, como afirmara Max Weber en “Economía y sociedad” (Weber, 1972).

Hitler plantea en “Mi lucha” la oposición entre el capitalismo internacional de la Bolsa, instigador de la Gran Guerra y la economía nacional, y considera al judío como el centro de la especulación mercantilista internacional, destruyendo la industria y la propiedad nacional. Mediante la lectura de “El Capital” de Carlos Marx había llegado a la conclusión de que el Partido Social Demócrata alemán actuando contra la economía nacional no perseguía otro objetivo que preparar el terreno para la hegemonía del capitalismo internacional.

Nos interesa probar en este trabajo que el racismo no sólo era una idea arraigada en la cultura europea en todos los niveles sociales, sino que también fue causa de bárbaros crímenes en el “paraíso proletario”.

A partir de 1939 gana terreno la visión estalinista de la historia, con una Rusia en el papel de hermana mayor de la familia eslava que se impone a la ideología marxista y Stalin queda envuelto en la atmósfera del nacionalismo ruso de los zares. El internacionalismo socialista desaparece y empieza a ganar terreno la idea de rusificar a la Unión Soviética. Así disminuye el número de integrantes de los países comunistas independientes en el Comité Central, en la Cheka y en la dirección de toda la Administración Pública soviética. Cuando comienza el “Gran Terror” con las purgas de Leningrado, además de la eliminación de la burguesía, lo que se erige en una razón clave de exterminio fue la xenofobia. Los no rusos que constituían el 18% de la población integraron el 40% de las ejecuciones. Casi todas las personas de origen polaco fueron arrestadas y tres cuartas partes de ellas fusiladas. Algunas minorías étnicas se enfrentaron de hecho al genocidio cuando Stalin decidió eliminar las nacionalidades que no le eran confiables en toda la línea fronteriza oeste de la URSS, quienes eventualmente pudieran oponérsele con ayuda exterior. La limpieza étnica y deportación genocida llevada a cabo por su esbirro Beria a partir de 1939 tan sólo amplió lo que de manera aproximativa habían comenzado los verdugos jefes de la policía secreta anteriores en 1935. Uno de los primeros pueblos en sufrir las consecuencias de la limpieza étnica fueron los fineses de la etnia “inkeri” deportados al norte de Rusia o al Tajikistán, les siguieron los coreanos residentes entre Vladisvostok y la frontera coreana. Algunos se habían desplazado a territorio ruso por ser conversos a la religión ortodoxa y fueron considerados en un tiempo como una inmigración muy valiosa ya que aportaron la mayor parte del arroz y la soja consumidos en Rusia, sin embargo en agosto de 1937 se les dijo que todos, unos 180.000, iban a ser deportados al Kazajstán y a Uzbekistán. En el invierno de 1937 y 1938 le tocó el turno a los kurdos, sobre todo a los residentes en la frontera entre Turquía e Irán. Según los propios archivos de la Cheka, entre julio de 1937 y noviembre de 1938, ésta condenó a 335.513 personas en estos operativos “nacionales”.

Pero luego que en junio de 1941, Hitler invadiera la Unión soviética Beria se vio sometido a un trabajo mucho mayor. Su cometido consistía en liquidar a los posibles colaboradores con el enemigo allí donde el Ejército Rojo se hubiera batido en retirada, así como a proceder a una política de tierra quemada de modo que Hitler no encontrara a su paso ni alimento, ni combustible. La Cheka asesinaba a los presos que se encontraban en cárceles o Gulags de esas zonas abandonadas. Cuando en el verano de 1943 estaban funcionando a pleno rendimiento las fábricas de los Urales y comenzara a menguar el empuje de los alemanes, Stalin confió a Beria nuevas misiones de castigo. Varios pueblos de la URSS habían sido tildados de colaboracionistas con el enemigo. En primer lugar, los pastores túrquicos de la zona noroeste del Cáucaso, los karacháis. La deportación se llevó a cabo con la mayor crueldad.

Hay que tener en cuenta que los dirigentes soviéticos habían maltratado y perseguido tanto a la comunidades o Repúblicas autónomas, durante el proceso la colectivización y en las purgas, que cuando llegaron los alemanes algunos de éstos grupos creyeron que venían a liberarlos y los recibieron con los brazos abiertos. No todos por supuesto pero los hombres de la Cheka preferían atenerse al libreto de “la nación traidora”. Luego le tocó el turno a los calmucos, mongoles de religión budista cuyo territorio se extendía entre Volgogrado y el Mar Caspio y estaban allí desde hacía siglos. El 27 de diciembre de 1943 fueron acusados de entregar sus cabezas de ganado a los alemanes y así fue desmantelada su República autónoma. Debían ser repartidos desde el Ártico hasta el este de Siberia.

El éxito de ambas operaciones genocidas llevó a Beria a emprender una deportación más difícil: la de los ingushes y los chechenos, dos pueblos emparentados entre sí. Estos pueblos montañeses habían librado durante dos siglos una guerra de guerrillas contra los invasores rusos. Emulando la técnica empleada por Hitler con los judíos, el verdugo Beria logró que los líderes chechenos disuadieran a su propio pueblo de plantear resistencia. Medio millón de chechenos fueron enviados a Siberia y Kazajstán, y las repúblicas independientes de Chechenia e Ingushetia resultaron borradas del mapa.

Por último vamos a recordar a otro pueblo víctima de la acción genocida: los tártaros de Crimea. En abril de 1944, los jefes soviéticos seducidos por la belleza del lugar, tomaron conciencia de lo valioso de ese territorio, que sería en adelante lugar de descanso y esparcimiento de los dirigentes del partido. Acusaron a los tártaros de haber desertado y haberse pasado al bando de los alemanes. Cuando Churchill, Roosevelt y Stalin se reunieron en Yalta (Crimea) en febrero de 1945, no quedaba ni uno sólo de estos habitantes indígenas de la península.

También haremos referencia al problema judío. Con los judíos en la Unión Soviética ocurrió algo diferente, los judíos participaron de la dirección bolchevique durante la Revolución y estuvieron incluidos en cargos de la mayor jerarquía en la estructura de poder soviético y en la Cheka, el principal órgano de represión. Pero los judíos fueron perdiendo poder con el tiempo, a medida que Stalin se iba convirtiendo en el “zar de Rusia” y adoptando sus ideas antisemitas. Los dirigentes del Partido de origen judío fueron desapareciendo de los cargos y del organismo de control policial. En la Academia de Ciencias soviética y en otros lugares destacados de la cultura donde la participación de los judíos había sido numerosa, se dejó permanecer a uno o dos académicos, para mostrar a occidente el impecable comportamiento del gobierno soviético respecto al antisemitismo, pero la verdad era muy distinta (Michael Voslenski, 1982: 144).

En 1952, Stalin concibió un plan para la eliminación de los judíos. El 1º de diciembre pronunció su último discurso ante el Presidium del Comité Central y acusó a los judíos de ser agentes del servicio de inteligencia norteamericano. En Checoeslovaquia se hizo un ensayo general de la trama urdida contra éstos que comenzaba por condenar los médicos judíos de Moscú. La puesta en escena repetía un libreto ya conocido. Como siempre que se acercaba una purga para un grupo, se comenzaba con acusaciones severas y juicios condenatorios para algunos miembros destacados del grupo en cuestión, con el resultado esperado de condena a muerte o de muerte sorpresiva por accidente. Pravda publicó un titular sensacionalista: “Asesinos de bata blanca”, y una oleada de antisemitismo agitó todo el país.

La red que había empezado a tejer Stalin y de la cual quedan los testimonios escritos no pudo llevarse a cabo en su totalidad porque la salud de Stalin se deterioraba rápidamente y siete semanas más tarde falleció, en marzo de 1953.

Los dos regímenes están vinculados entre sí de manera profunda, porque ambos se legitimaron estableciendo categorías de “enemigos” y de seres “infrahumanos” de otras nacionalidades, a quienes persiguieron y aniquilaron a gran escala. Las personas eran recluidas en campos de concentración o asesinadas, no por los delitos que hubieran cometido sino “por ser quienes eran”: inferiores de raza Applebaum, 2012, 44).


e) Oposición del mito a la razón


Esta temática está muy emparentada con la ideología, pero nos parece pertinente analizarla por separado. Todas las ideologías contienen descripciones de la realidad, verdaderas o falsas, mitos, y relatos diversos. Aunque vivamos aparentemente en la época de la razón, no es menos cierto que lo mítico ha jugado un rol importantísimo en nuestra historia del siglo XX. Para el filósofo Hans-Georg Gadamer no se puede afirmar que el mundo está “desencantado”, como pensaba Max Weber: Para Gadamer debemos convivir con la presencia del mito.

El pensamiento moderno tiene un doble origen. Por su rasgo esencial es Ilustración, pues comienza con el ánimo de pensar por uno mismo que hoy impulsa la ciencia, al mismo tiempo, todavía vivimos de algo cuyo origen es distinto: es la filosofía del idealismo alemán, la poesía romántica y el descubrimiento del mundo histórico que acaeció en el Romanticismo, estos elementos se han mostrado, dentro del impulso ilustrado de la modernidad, como un movimiento contrario vigente hasta hoy. Para Gadamer el mito es sólo “creíble” y no “verdadero”. Pero la credibilidad de un mito no es la mera verosimilitud que carece de certeza, sino que tiene su propia riqueza en sí misma, porque tiene la apariencia de lo verdadero. “El mito se convierte en portador de una verdad propia, inalcanzable para la explicación racional del mundo”. (Gadamer, 1997, 64). Si dejamos a un lado la justificación filosófica de Gadamer, comprobamos que los mitos acompañan todas las ideologías y por supuesto las que estamos analizando.

En Alemania están relacionados con los antiguos mitos germánicos del suelo, la sangre y la raza, convertidos en un proyecto político de conquista. Se había engendrado desde finales del siglo XIX en el pueblo alemán un sentimiento de inferioridad, debido a la larga lucha mantenida con sus rivales europeos por su reconocimiento como una gran potencia. El romanticismo había incentivado el mito del hombre superior, que vence todos los obstáculos con el poder de su voluntad y logra sus objetivos por su sola fuerza interior. Hitler se sintió predestinado a encarnar ese rol para salvar a Alemania.

El mito del proletariado como “pueblo elegido” tiene origen bíblico pero también formaba parte central del relato marxista. Nada hacía pensar entonces seriamente que el proletariado como clase pudiera ser el encargado de dirigir la política nacional, ni menos aún la mundial y de hecho esto no sólo nunca sucedió en la URSS ni en ningún país socialista, sino que el propio Lenin, lo sustituyó en la teoría por la dictadura del Partido Comunista.

La Gran Guerra” se llevó por delante los ideales del Iluminismo y el discurso de la razón, la revolución bolchevique le siguió con su estela de mitos antiguos y modernos, resentimientos y teorías mal comprendidas o tergiversadas para hacerlas operables en las nuevas circunstancias históricas, y finalmente, se constituyó el “enemigo” de los comunistas con su propio bagaje de mitos diametralmente opuestos: la exaltación del superhombre y la raza superior.

f) Expansionismo imperialista


La política de expansión hegemónica de los totalitarismos no termina en límites geográficos, su movimiento es infinito como en una polea sin término. A veces utiliza medios bélicos pero tiene otras posibilidades como la propaganda y la organización de una red de partidos o de organizaciones sociales de diversa índole actuando en países democráticos, para establecer lazos firmes entre el país totalitario y los candidatos a ser subsumidos en el futuro. Ejemplo de esa disciplina son los Partidos comunistas, que tal como quería Stalin mantenían una línea política sin desviaciones internas y obedecían los dictados del Partido Comunista de la Unión Soviética. También la Alemania nazi recurrió a una importante red de espías y de organizaciones sociales de pantalla para influenciar en los gobiernos y vincularse con la población de otros países.

En este trabajo usamos el término “imperialismo” en el sentido que le da Hanna Arendt en su famoso libro sobre el totalitarismo: cuando hay apropiación del territorio por una de las partes para quedarse con la riqueza del otro. Es a esta situación de conquista por parte de Europa a países africanos y asiáticos, a fines del siglo XIX a la que se refiere Lenin cuando habla de imperialismo en “El imperialismo. Fase superior del capitalismo” (Lenin, 1981, Vol. 1, 683).

A principios de la década del 30 las fuerzas democráticas vieron con temor la posibilidad del avance fascista en occidente y decidieron formar un “frente antifascista” dejando de lado los atropellos y las aberraciones legales de los juicios en la URSS, para defenderse del posible avance de las huestes nazis. Pero en 1939 Stalin había derribado la unidad antifascista con los crímenes absurdos que su policía política había cometido durante la Guerra Civil española (1936-1939). A Stalin lo enfurecía más la línea política de los socialdemócratas o de los socialistas revolucionarios que el fascismo, con el que tenía por cierto puntos en común. Por esa causa, en lugar de aunarse para enfrentar a los franquistas, sus esbirros se habían dedicado a matar socialistas de distintas líneas políticas, provocando la famosa matanza de la “Semana de Barcelona” (mayo de 1937) para terminar con el POUM, un pequeño partido de Cataluña de difícil catalogación ideológica: “marxista-trosquista-anarquista (Orwell, G., 2006, 74). Si a eso se le sumaba su debilidad interna, por la reacción anti bolchevique que había provocado el “Gran Terror” y la de su propio Ejército Rojo como consecuencia de las “purgas”, a partir de ese momento Stalin sólo podía pactar su seguridad con Hitler.

Alemania y la URSS tuvieron intereses comunes de 1933 a 1941, naciones empobrecidas por la guerra, tuvieron entendimientos que fueron más allá de los intereses diplomáticos y comerciales. El propio Hitler sintetizó del siguiente modo la diferencia entre el nacionalsocialismo y el socialismo comunista: “Mi socialismo no es el de lucha de clases, sino el del orden” (Rayfield, 2002, 300).

El 22 de agosto de 1939, se produjo el acuerdo Molotov-Ribbentrop, firmado en Moscú, un éxito de ambas cancillerías contra los países democráticos, por el cual se repartían en secreto Polonia, y Rusia se “tragaba” (palabra que gustaba usar Stalin) los países Bálticos. En noviembre de 1940, Stalin envió a su ministro de Exteriores Molotov a Berlín para negociar los términos sobre los cuales la URSS podía llegar a ser aliada de Alemania, Italia y Japón. Las conversaciones se empantanaron ante la insistencia por parte de Molotov de que la Unión soviética debía apoderarse de Irán y el oeste de la India. A entender de Stalin, mientras Hitler contemplara la posibilidad de que la URSS compartiera los despojos del Imperio Británico, estaría a salvo. Pero Hitler no tenía entre sus planes perjudicar a Inglaterra, sino todo lo contrario, siempre aspiró a un acuerdo con los ingleses, a los cuales admiraba en su fuero interno, de respeto de sus respectivos territorios.

Había una relación natural de Alemania con Austria por ser de población germana (los aliados habían prohibido el “Anschluss” o unidad de Alemania con Austria deseada por ambos), pero también contingentes de alemanes habían emigrado a zonas como los Sudetes en Checoeslovaquia, a Polonia y hasta a Rusia. Hitler procedió con cautela en un principio, aunque con total rudeza en las acciones como para convencer a sus adversarios de la imposibilidad de presentar resistencia. Primero se apoderó de Austria sin oposición, un país sumido en la miseria después de la guerra, y mayoritariamente esperanzado en mejorar su destino con el apoyo del Fürher. Luego sus ejércitos entraron en los Sudetes sin resistencia y más tarde en lo que quedaba de Checoeslovaquia, porque Eslovaquia pidió protección a los alemanes. Hitler estaba obsesionado con recuperar Memel, la antigua ciudad teutónica que había sido anexionada por Lituania en 1923, asimismo Danzig y el famoso corredor polaco sobre el Mar Báltico, para recuperar así la frontera oriental de 1914.

Tanto La URSS como Alemania despreciaban Polonia a la que consideraban un “aborto” del Tratado de Versalles, que ocupaba territorios que le pertenecían a ambas naciones y debía desaparecer. Ambos planeaban reducir la población existente a una minoría étnica sojuzgada por completo. Así que Hitler no dudó en avanzar sobre Polonia, a pesar de que ésta había firmado un tratado de defensa mutua con Inglaterra. El ataque a Polonia el 1º de setiembre de 1939, desencadenó la 2da. Guerra Mundial.

Como consecuencia del Pacto Molotov-Ribbentrop, los soviéticos se apropiaron de los estados del Báltico. Pero el odio mayor estaba concentrado sobre Polonia. Para Stalin, tan duramente humillado en 1920 durante la Guerra Civil cuando los polacos resistieron la embestida del Ejército Rojo dirigida por Stalin, los militares polacos constituyeron su objetivo prioritario. Hitler, había preparado un plan para exterminar a la aristocracia y a los curas polacos, y preparar un levantamiento de los ucranianos de Polonia contra los judíos (Abshagen, 1962, 150) pero su plan era insignificante respecto a la política que iban a desarrollar Stalin y su esbirro Beria: unos 400.000 habitantes de la Polonia anterior a 1939 (polacos, judíos ucranianos y bielorrusos) fueron deportados a los Gulags del este, durante la primavera de 1940. Uno de cada seis deportados murio durante el 1er año de exilio. Luego desencadenaron la Masacre de Katyn una de las más terribles e insensatas cometidas por Stalin, donde 25.000 oficiales polacos del más alto rango fueron asesinados con un tiro en la nuca. Los militares conocían sus derechos como prisioneros de guerra y reclamaron un juicio porque su internamiento era ilegal. Pero el camarada Beria puso fin al litigio cuando el 5 de marzo de 1940 afirmó: “Son todos enemigos del poder soviético saturados de odio por el sistema soviético, han de ser despachados de acuerdo con medidas especiales y aplicándoseles el castigo más severo, el fusilamiento”. Aquel día el Politburó votó a favor del asesinato en masa: Stalin fue el primero en firmar, luego firmó Voroshílov, seguido de Molotov y Mikoyan, Kaganovich y Kalinin manifestaron por teléfono su acuerdo con las medidas.

Stalin mintió a los ingleses y norteamericanos sobre la verdad de los oficiales polacos, primero dijo que se habían escapado a Manchuria, luego que seguramente los habían capturado los nazis. El 13 de abril de 1943, los alemanes exhumaron las fosas de Katyn y pidieron a la Cruz Roja que preparase un informe sobre la masacre (quizá querían sacarse ese estigma de encima porque el mundo entero sabía de la prisión de los oficiales polacos y su desaparición). Los soviéticos, los británicos y los norteamericanos comprometidos por su alianza antifascista, denunciaron oficialmente el informe suizo como falso. No se pudo saber la verdad porque las mentiras y el ocultamiento se sucedieron hasta 1988, cuando aparecieron los documentos probatorios de la autoría de la masacre.

En relación con los países de Europa del este, Stalin mantenía la tradición zarista de que la nación rusa era la más importante de los pueblos eslavos y la necesidad de unificar en un mismo estado a todos los pueblos de ese origen. Después de la guerra como liberador de los estados eslavos ocupados por los nazis, impartió a estos países un trato de colonias, el comercio no estaba regulado como en las demás partes del mundo sino sobre la base de “acuerdos especiales” celebrados con las autoridades comunistas de las “democracias populares” a las cuales Stalin manejaba como marionetas. Por esos acuerdos de lo que se trataba era de llevarse todas las materias primas que necesitara la URSS, y de que el gobierno soviético comprara a los más bajos precios y vendiera a los más altos. Yugoeslavia fue la excepción a ese panorama porque habían combatido contra los alemanes con su propio ejército rebelde del partido comunista yugoeslavo al mando del Mariscal Tito y conservaron ese ejército con gran fama como tropas nacionales (Ridley, J., 2006)


Algunas reflexiones respecto a la categoría de "totalitarismo”

Vamos a señalar por último otras dos diferencias respecto a las afirmaciones de Traverso sobre la debilidad del concepto “totalitarismo” para referirse a ambos regímenes. En la pag. 144 del libro citado habla de la URSS como “abanderada de una filosofía emancipadora, universalista y humanista”, pero ¿a qué se refiere en esta frase? A la idealización de un mundo mejor, más humano, más libre, ideal que podría ser compartido por cualquier programa político de carácter democrático, o a los dogmas marxistas-leninistas de la lucha de clases y de la dictadura del proletariado, que por definición preconizan medios violentos de hacer política y difícilmente puedan ser considerados humanistas. Parece muy poco apropiada su consideración si recordamos las palabras escritas en la entrada del famoso Gulag de las islas de Solovki (1933) al norte del Ártico: “Con puño de hierro llevaremos a la humanidad a la felicidad” (Applebaum, 2012, 201).

Para Traverso hay otra diferencia clara en que los campos de trabajo (Gulag) no tuvieron una finalidad de exterminio, en cambio los campos de concentración nazi si tuvieron esa finalidad. Y luego agrega: “el exterminio como fin en sí mismo, he aquí un rasgo esencial del nacional socialismo, inexistente en el régimen estalinista”. Por todo lo que hemos visto en este trabajo, adolece esa afirmación de una ceguera inexplicable. Los Gulags fueron también campos de exterminio aunque nunca se les declarara como tales, eso es parte de la mentira y la ambigüedad que caracterizó al régimen soviético. Como expresara Milovan Djilas quien conocía bien de lo que hablaba: “…la incongruencia entre los ideales y los actos, su profesión de ética en las palabras y su amoralidad práctica” (Djilas, 1962, 77). A partir de 1937 los Gulags dejaron de ser “campos de trabajo” y pasaron a convertirse en verdaderos campos de exterminio donde los prisioneros eran obligados a trabajar hasta la muerte o eran asesinados. Traverso no puede ignorar la verdad, porque tiene todos los testimonios a su alcance.

Según nuestro parecer, Traverso de una manera muy inteligente y sutil nos quiere llevar a que “aceptemos las consecuencias catastróficas del estalinismo como sacrificios inevitables sobre el altar de una empresa titánica de edificación del socialismo” (Traverso, 2001, 145).

Nuestra conclusión en cambio es que los fines ni pudieron ser superiores porque estaban afincados en proyectos abstractos e ilusorios, ni mucho menos sirvieron los medios empleados porque destruyeron todos sus posibles resultados. En ambos casos aprovecharon la ignorancia de las masas para crear regímenes tiránicos e imponerlos por medio de la violencia, la demagogia y la predicación de la mentira. Por momentos estuvieron furiosamente contrapuestos, en otros se unieron por sus propias debilidades y sus deseos de sacar ventajas al real enemigo que eran las democracias liberales de occidente. Por eso como afirma Sartori (2006) y otros prestigiosos politólogos contemporáneos ambos regímenes deben formar parte del genus totalitario. Cuando la catástrofe provocada hubo terminado, los países democráticos continuaron su propio desarrollo de un sistema complejo pero eficaz en definitiva, para hacer efectivos los valores de libertad e igualdad a que todos aspiramos.


Referencias:

Abshagen, K. H. (1962). El almirante Canaris. Buenos Aires: Espasa-Calpe.

Applebaum, A. (2012). Gulag. Barcelona: Random House Mondadori.

Arendt , H. (2014). Eichemann en Jerusalem. Barcelona: De bolsillo.

Djilas, M. (1962). Conversaciones con Stalin. Barcelona: Seix barral.

Gadamer, H. G. (1997). Mito y razón. Barcelona: Paidós.

Hitler, A. (1962). Mi lucha. Barcelona: Mateu.

Irving, D. (1991). El camino de la guerra. Buenos Aires: Planeta.

Krushchev, N. (1956). Informe Secreto. Buenos Aires: La Causa.

Lenin, V. I. (1981). Obras escogidas. Vol. 1, 2 y 3. Moscú: Progreso.

Mac Millan, M. (2013). 1914. De la paz a la guerra. Madrid: Turner.

Orwell, G. (2006). Homenaje a Cataluña. Montevideo: Capibara.

Rayfield, D. (2005). Stalin y los verdugos. México: Santilllana.

Ridley, J. (2006). Tito. Barcelona: Vergara.

Sartori, G. (2006). Teoría de la democracia, vol. 1. Madrid: Alianza Editorial.

Shirer, W. (1962). Auge y caída del Tercer Reich. Barcelona: Luis de Caralt.

Schmitt, K. (1999). La teoría de la Constitución. Madrid: Alianza Editorial.

Speer, A. (1969). Memorias. Barcelona: Plaza y Janés.

Stevenson, D. (2015). 1914. Historia de la Primera Guerra Mundial. Barcelona: Editorial de Bolsillo.

Traverso, E. (2001). El totalitarismo. Historia de un debate. Buenos Aires: EUDEBA.

Voslensky, M. (1982). La Nomenklatura. Los privilegiados en la URSS. Barcelona: Argos Vergara.

Weber, M. (1972). Economía y sociedad. México: Fondo de Cultura Económica.