La recepción de Maquiavelo y los neo-maquiavelistas en la Ciencia Política, con especial referencia al caso uruguayo (1957-1985)


The reception of Machiavelli and the neo-machiavellian in Political Science, with special reference to he Uruguayan case (1957-1985)


José Miguel Busquets

Doctor en Ciencia Política. Docente e investigador en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República y en la Facultad de Ciencias Sociales de la misma Universidad. *busquets@chasque.net


Óscar Sarlo

Doctor en Derecho y Ciencias Sociales. Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho de la Facultad de Derecho de la Universidad de la República. *ossarlo@gmail.com


Andrea Delbono

Licenciada en Ciencia Política. Docente en la Facultad de Derecho de la

Universidad de la República y en la Facultad de Ciencias Sociales de la misma Universidad. *andreadelbono@hotmail.com


Recepción: 15/04/2015

Aceptación: 30/05/2015


Resumen Este artículo se propone analizar la recepción de la obra de Maquiavelo y de los neo-maquiavelistas (Pareto, Mosca, Michels) en las principales corrientes de la Ciencia Política, y asimismo, en la enseñanza de esta disciplina en la Universidad de la República, entre 1957, cuando en la Facultad de Derecho se crea la primera cátedra en Uruguay, y 1985, año de la redemocratización en el país, tras doce años de dictadura cívico-militar. Primeramente, se recorrerá el itinerario de la Ciencia Política internacional a través de las distintas etapas que ésta ha atravesado, para luego realizar una aproximación a la recepción que tuvieron Maquiavelo y los neo-maquiavelistas en tres cientistas políticos de gran significancia: Harold Laswell, Robert Dahl y Giovanni Sartori. En segundo término, se relevará la recepción de la obra del florentino y de los denominados teóricos elitistas, en tres cátedras de Ciencia Política que funcionaron en el período señalado, bajo la conducción de Alberto Ramón Real, Carlos Real de Azúa y Jacques Ginesta. Finalmente, se reflexionará sobre los diferentes énfasis que tuvo la enseñanza de la

José Miguel Busquets, Óscar Sarlo y Andrea Delbono


Abstract The aim of this paper is to analyze the reception of Machiavelli and the neo-machiavellian (Pareto, Mosca, Michels), in the main Political Science paradigms, as well as in the teaching of this discipline at the University of the Republic, from 1957, when the first Political Science chair was created at the Law School, till 1985, when Uruguay returned to democracy, after a twelve-year period of civil-military dictatorship. For this purpose, first, this article will review the itinerary of international Political Science, presenting the different stages that this discipline has gone through. Then, it will make an approach to the reception of Machiavelli and the neo-machiavellian in three political scientists of great significance: Harold Laswell, Robert Dahl and Giovanni Sartori. Second, the paper will examine the reception of the works of the Florentine author and the elitist theorists in three Political Science chairs that were conducted during the indicated period by Alberto Ramón Real, Carlos Real de Azúa and Jacques Ginesta. Finally, there will be a reflection on the different emphases that were made in the teaching of Political Science at that time, particularly following the intervention of the University after the 1973 coup d’État.


Keywords: Machiavelli, neo-machiavellian, elitism, Political Science, Law School, University of the Republic


Introducción1

El presente artículo se propone analizar la recepción de la obra de Nicolás Maquiavelo (Florencia, Italia, 1469-1527) y de los llamados teóricos neo-maquiavelistas, en las principales corrientes de la Ciencia Política, y asimismo, en la enseñanza de esta disciplina en la Universidad de la República (UdelaR), en el período comprendido entre 1957, año de creación de la primera cátedra en la asignatura en Uruguay (que se efectivizó en 1963), y 1985, año de la restauración democrática en el país, tras doce años de dictadura cívico-militar.

Con dicho norte trazado, este trabajo presentará el itinerario de la Ciencia Política internacional a través de las tres grandes etapas que la misma ha atravesado, para luego realizar una aproximación a la recepción que tuvieron Maquiavelo y los también denominados teóricos elitistas, en algunos autores ineludibles para el desarrollo de la disciplina, como Harold Laswell, Robert Dahl y Giovanni Sartori. Asimismo, a nivel nacional, se relevará la recepción de la obra del célebre florentino y de los neo-maquiavelistas, en tres cátedras de Ciencia Política que funcionaron en Uruguay, entre la instalación inaugural de la materia en la currícula de la carrera de Abogacía y la reinstitucionalización del Estado de Derecho. Para ello, se analizarán los enfoques propuestos en los programas de los distintos cursos a la luz de los temas y autores dictados por los catedráticos de la época: Alberto Ramón Real (1963-1974), Carlos Real de Azúa (1967-1973) y Jacques Ginesta (1971-1984).

Finalmente, se planteará una breve reflexión sobre la relación que subyace entre los énfasis teóricos predominantes en las diferentes cátedras abordadas y el contexto político-institucional imperante en el país, al momento de dictarse los cursos.

Consideraciones metodológicas

Son insoslayables las controversias interpretativas que afloran al abordar la obra de un autor como Maquiavelo. Teniendo presente que las unanimidades en tal sentido no existen, resulta fundamental entonces conocer y distinguir lo que escribió la pluma del autor y lo que luego escribieron sus intérpretes.

Como se verá más en detalle a continuación, a pesar de la mala reputación que el conocimiento vulgar suele asignarle al florentino, tildándolo de inmoral y cínico, Maquiavelo puede ser estudiado a través de diferentes perspectivas que van desde miradas fuertemente negativas centradas en “el fin justifica los medios”, hasta ópticas que rescatan la defensa maquiaveliana de la libertad.

La presente investigación buscará problematizar sobre la instalación de una visión maquiaveliana elitista en la enseñanza de la Ciencia Política en la Universidad de la República, luego del Golpe de Estado (junio de 1973), y de la posterior intervención del gobierno dictatorial en la Udelar (octubre de 1973).

La instauración de un régimen político autoritario supuso implementar el proyecto político de la dictadura en el plano académico. En el caso de la Facultad de Derecho, esto se manifestó notoriamente en la Cátedra de Derecho Constitucional, y en la derogación del Plan de Estudios de 1971, que tenía un fuerte énfasis en el dictado de asignaturas de ciencias sociales. Puntualmente, en la cátedra de Ciencia Política de esta Facultad, el cambio de régimen y la supresión de la autonomía y el cogobierno universitario, implicaron una alteración en el equipo docente y un viraje en la orientación de la materia. En tanto, en la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración (FCEyA), el otro servicio universitario donde se impartía la asignatura, directamente se procedió a la supresión de la misma.

Sobre estas cuestiones se procurará dar cuenta en las próximas páginas y en función de lo antedicho, se buscará responder dos preguntas rectoras:

Uno. ¿Qué recepción tuvo la obra de Maquiavelo y de los neo-maquiavelistas en algunos autores internacionales de referencia a lo largo de las principales etapas de la Ciencia Política? Para abordar esta pregunta, se hará foco en las primeras dos de las tres etapas de la Ciencia Política, a saber, las correspondientes al “viejo institucionalismo”, y la etapa “no institucionalista”, puesto que la tercera etapa, la del “neo-institucionalismo”, que transcurre actualmente, se inicia hacia los años ‘80, precisamente cuando se cierra el período de estudio que abarca esta investigación.

Dos. ¿Qué recepción tuvo la obra de Maquiavelo y de los neo-maquiavelistas en los tres catedráticos de la asignatura Ciencia Política en la Udelar entre 1957 (más específicamente desde 1963) y 1985?

A partir de estas interrogantes, y en función de las consideraciones realizadas anteriormente, el argumento que se pondrá a prueba en este artículo, plantea que en la Universidad de la República, durante el período de intervención de la dictadura cívico-militar (1973-1985), la recepción de Maquiavelo y los neo-maquiavelistas en la enseñanza de la Ciencia Política se acentúo, desestimándose en el dictado de la asignatura el enfoque pluralista.

Para dar respuesta a las mencionadas preguntas, y con miras a reflexionar sobre el argumento formulado, este artículo se nutrirá de tres fuentes:

Uno. Del examen de publicaciones, materiales de estudio, programas, planificación de cursos e historia laboral de catedráticos que impartieron la asignatura durante el período de referencia2

Dos. De un relevamiento realizado a Profesores Titulares, Agregados y Aspirantes de los diferentes Institutos de la Facultad de Derecho, a quienes se les aplicó una breve encuesta con miras a conocer cómo habían percibido el dictado de la materia en su rol de docentes o estudiantes en aquella época3.

Tres. De información emanada de entrevistas en profundidad realizadas a tres informantes calificados: Romeo Pérez Antón, Jacques Ginesta y Jorge Lanzaro, quienes contribuyeron con valiosos aportes desde su experiencia como abogados y docentes de Ciencia Política de larga trayectoria.

Marco analítico: Maquiavelo y los neo-maquiavelistas

Maquiavelo desde la perspectiva teórico-descriptiva de la Ciencia Política

Este trabajo parte de la distinción de dos líneas principales en la recepción de Maquiavelo; por un lado, una línea de carácter teórico-descriptiva dentro del campo de la Ciencia Política, y por el otro, una línea de carácter normativo dentro de la Filosofía Política. A continuación, se pasará revista a esas dos miradas y a las especificidades que se encuentran dentro cada una de ellas.

Desde la primera perspectiva, Maquiavelo, uno de los máximos pensadores del Renacimiento, punto de inflexión en la transición entre el Medioevo y la modernidad4, es visto por muchos autores como el “padre” de la Ciencia Política moderna. A saber: como quien introduce la diferencia moderna entre el “ser” y el “deber ser”, y quien, en palabras del politólogo italiano Giovanni Sartori (1990 [1984], 9-10), no se limitó a separar la política de la moral, sino que además “descubrió” la autonomía de la política. “La política tiene sus leyes, leyes que el político «debe» aplicar”, subraya Sartori (1990, 10). Asimismo, y al igual que muchos de sus colegas, Sartori subraya el corte que Maquiavelo realiza entre los asuntos terrenales y los espirituales, entre política y religión, entre política y moral (vale recordar aquí la legendaria frase adjudicada a Jesucristo: “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”)5.

Para el citado politólogo italiano contemporáneo, si bien Maquiavelo descubre la política y su autonomía, tal descubrimiento no necesariamente debe atribuirse a una “cientificidad”. Ahora bien, aún cuando para Sartori, Maquiavelo no era un científico, ni un filósofo, como Thomas Hobbes, tampoco cree que la talla y significación del florentino se vean consecuentemente disminuidas, reconociéndosele al autor de El Príncipe la paternidad de la Ciencia Política que se le niega al autor del Leviatán (Sartori, G., 1990, 9-10).

Otras interpretaciones dentro de la perspectiva politológica presentan a Maquiavelo como exponente ineludible del realismo político, como un precursor de la Realpolitik. Desde esa óptica se concibe que si bien la distinción entre hechos y valores no aparece en los escritos del florentino, en El Príncipe sí se encuentra un realismo que puede ser considerado como un antecedente de tal diferenciación. El llamado que el autor realiza en el capítulo XV (“De las cosas por las que los hombres, y especialmente los príncipes son alabados o censurados”), advirtiendo al príncipe a no apartarse de lo que se tiene que hacer por lo que se debe hacer, ilustra claramente este argumento:

Hay tanta distancia en saber cómo viven los hombres y cómo debieran vivir, que el que para gobernarlos aprende el estudio de lo que se hace, para deducir lo que sería más noble y más justo hacer, aprende más a crear su ruina que a preservarse de ella, puesto que un príncipe que a toda costa quiere ser bueno, cuando de hecho está rodeado de gentes que no lo son, no puede menos que caminar hacia un desastre (Maquiavelo 2001 [1513], 72)6.

Por otra parte, el realismo político maquiaveliano también se expresa en una mirada predecesora sobre la democracia y la libertad y en la agudeza con la cual el florentino dio cuenta de una emergente realidad política que cortaba sus lazos con el orden medieval y sobre la cual se erigía una nueva forma de organización de las comunidades políticas: el Estado moderno.

En sintonía con esta idea, el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Complutense de Madrid, Pedro de Vega (2013, 15) señala:

Como protagonista máximo de los ideales del humanismo político renacentista, acometió Maquiavelo la doble empresa de liberar, por un lado, al pensamiento de las servidumbres a las que lo mantenían atado los postulados morales y religiosos del pasado, y de sustituir, por otro, el análisis de los fines por el conocimiento de las causas que determinan efectivamente el comportamiento de los hombres (…) Lo que se ha olvidado, no obstante, o por lo menos no se ha reconocido suficientemente, es el hecho de que fue el realismo, como criterio metodológico obligado en el correcto estudio de la política, lo que le condujo a poder construir la primera sociología de la libertad y de la democracia que, con ligeras variantes, ha llegado hasta nuestros días.

Y de Vega (2013, 21-22) agrega:

El rescate por el realismo maquiavélico de la idea democrática, tanto de las concepciones religiosas del mundo clásico como de las abstracciones metafísicas de la Filosofía Política medieval, tenía forzosamente que conducirle no sólo a situar la democracia en el tiempo de los hombres, esto es, en la historia, sino además en el espacio. En este sentido fue también Maquiavelo el primero en darse cuenta de que los hombres de su tiempo eran espectadores de la aparición de una realidad política nueva a la que él mismo bautizó con el nombre de Estado. Lo que menos importa es insistir en el hallazgo lingüístico consagrado en el comienzo de El Príncipe, cuando escribe que: «todos los Estados (...) o son repúblicas o principados». Lo que interesa es destacar su sagacidad por haber sabido comprender que esa aparición del Estado no implicaba una simple redistribución de los espacios políticos, sino que aparecía como resultado de la descomposición del orden político universalista del Imperio Medieval.

Ya sea descrito como el iniciador de la Ciencia Política moderna, o como exponente del realismo político, Maquiavelo ha sido históricamente objeto de encendidas e inacabadas controversias en el campo académico y político, siendo tan denostado y estereotipado como elogiado. En tal sentido, como se verá a continuación, la Filosofía Política presenta diferentes enfoques para estudiar normativamente el pensamiento del afamado florentino.

Maquiavelo desde la perspectiva normativa de la Filosofía Política

En el campo de la Filosofía Política, pueden distinguirse cuatro interpretaciones normativas de la obra de Maquiavelo: i) la versión negativa; ii) la versión elitista y cínica de los neo-maquiavelistas; iii) la versión de Maquiavelo como defensor de la libertad y iv) la versión del neo-republicanismo. A continuación, se repasará cada una de estas perspectivas.

En primer término, la mirada más negativa que la Filosofía Política le asigna a Maquiavelo remite a la inmoralidad que emana de una de sus máximas para conducir la acción política: “el fin justifica los medios”. Valeaquí recordar que el florentino fue condenado y vetado por el clero y retratado en función de una imagen despiadada en algunas de las piezas más memorables de la literatura universal. William Shakespeare aludió al “sanguinario Maquiavelo” en el drama histórico Enrique VI7, al tiempo que la Iglesia Católica, censuró la lectura de El Príncipe, incluyendo este texto dentro de su Index Librorum Prohibitorum.

A partir de las notas con reflexiones y comentarios apuntados por Napoleón Bonaparte en El Príncipe, se instaló una visión reduccionista de la obra de Maquiavelo, que lo catalogó como un simple técnico del poder, y que lo asoció indisolublemente con el “cinismo” político. A tal punto esto es así, que el Diccionario de la Real Academia Española (2012) registra la expresión “maquiavelismo” con los siguientes significados: i) “Doctrina política de Maquiavelo, escritor italiano del siglo XVI, fundada en la preeminencia de la razón de Estado sobre cualquier otra de carácter moral” y ii) “Modo de proceder con astucia, doblez y perfidia”.

Esta veta cínica y realista de Maquiavelo será enaltecida por la teoría elitista, de la mano de sus máximos exponentes: el franco-italiano Vilfredo Pareto (18481923), el italiano Gaetano Mosca (1858-1941) y el alemán Robert Michels (18761936). Estos autores, conocidos como los neo-maquiavelistas serán presentados como científicos de la política, dotados de objetividad y sistematicidad, e introducirán una visión de los fenómenos sociales y políticos alternativa y opuesta tanto a las teorías de cuño pluralista como marxista.

La noción de élite se coloca en el centro del análisis de los neo-maquiavelistas, partiendo de la concepción de que en toda comunidad se constituye un estrato minoritario de individuos con una serie de atributos y habilidades personales superiores a los de la mayoría de la sociedad, que los convierte en más aptos (“mejores”) para dirigir y gobernar al resto. Se erige así una insalvable distancia entre la selecta élite política que, unida por intereses comunes, gobierna la cosa pública actuando con racionalidad y autorganización, frente a una mayoritaria masa irracional, inorgánica y voluble.

Los desarrollos teóricos de estos autores fundacionales de la teoría elitista, estuvieron impregnados de un fuerte sesgo conservador, y se enmarcaron en un encendido debate ideológico de crítica intelectual a la democracia liberal y al socialismo en la Europa occidental de finales de siglo XIX y comienzos del XX. Más adelante, se volverá sobre este conjunto de autores.

Frente a estas miradas centradas en el cinismo maquiaveliano y en la inescrupulosa racionalidad estratégica medio-fines, se erige otra lectura que presenta al autor como un defensor de la libertad. En tal sentido, como hijo del Renacimiento, Maquiavelo fue mucho más allá de su rol de consejero de príncipes y técnico del poder y de la mecánica gubernamental. En efecto, desarrolló una veta humanista desde la cual fue capaz de “construir la primera sociología de la democracia y de la libertad” (de Vega, P., 2013, 14).

Siguiendo a de Vega (2013, 17-18):

Para evitar que la libertad se transformase en esclavitud, situó Maquiavelo junto al vivere libero, e inseparablemente unido a él, el vivere civile. Expresión que [al igual que la anterior, no] se preocupó de definir, pero cuyo significado guarda similitudes asombrosas con lo que ahora conocemos con el nombre de participación política (…) Es en la conjunción entre el vivere libero y el vivere civile, donde las ideas de libertad y democracia se identifican, en la que conviene insistir para comprender debidamente la majestuosa construcción intelectual de Maquiavelo y su enorme trascendencia histórica.

Según esta visión, Maquiavelo buscaba salvar la libertad ciudadana de los inevitables juegos de poder de los principados. Así, la virtud del príncipe cobra una relevancia sustancial en el entendido que la misma, no sólo debe gobernar la mitad de las acciones humanas según una racionalidad estratégica orientada a la conquista y mantenimiento del poder, sino incluso procurar torcer lo “fatal”, es decir, doblegar la imponderable fuerza de la fortuna que gobierna la otra mitad de la vida de los hombres.

Este punto conduce a buscar el contraste –y también el diálogo- entre dos de los textos más leídos de Maquiavelo: por un lado, El Príncipe, por supuesto, y por el otro, los Discursos sobre la Primera década de Tito Livio, tratado que escribió entre 1513 y 1519 (si bien su publicación data recién de 1532), contemporáneamente a la otra obra de mayor renombre y en el cual, lejos de levantar la bandera de la monarquía, alaba las bondades de la República como forma de gobierno, confesándose admirador de la antigua República romana.

Citando nuevamente a de Vega (2013, 19):

No vaciló Maquiavelo en proclamar, en nombre de la virtud política del pueblo, que la sustitución de las primacías en los órdenes institucionales y la concesión al pueblo de mayores atribuciones, formaba parte de aquella mitad de la fortuna y del destino que puede ser gobernada y controlada por los hombres. Lo que le llevó a considerar al pueblo no como la multitud perversa, irracional y peligrosa en la que [el historiador griego] Polibio veía el desastre final de todos los Estados (…) sino que, por el contrario, afirmaría que esa multitud es «más sabia y más constante que los mismos príncipes», como reza el título del capítulo con el que cierra el libro primero de los Discorsi.

En el marco de la historia de la democracia, esta confianza conferida al pueblo, contrastará con la desconfianza, aprensión y temor que tres siglos más tarde perdurarían frente a las decisiones que pudieran provenir de los sectores populares, por parte de referentes del liberalismo como Montesquieu y Voltaire, y por demócratas radicales como Rousseau (de Vega, P., 2013, 19).

Respecto a la defensa maquiaveliana de la libertad y su convicción republicana, el historiador francés y biógrafo de Maquiavelo, Augustín Renaudet (18801958), constata en el pensamiento del autor una permanente ligazón con las leyes, asambleas y magistraturas de la ciudad de Florencia:

Estas instituciones, mediante algunos retoques, le parecen en conjunto suficientes para asegurar las libertades del ciudadano; es decir, el derecho esencial de no ser regido más que por leyes libremente debatidas ante las Asambleas y Consejos de los que forman parte o de los que ha elegido libremente los miembros8.

Esta mirada alternativa de Maquiavelo, da paso al abordaje del cuarto enfoque que la Filosofía Política ofrece sobre el pensamiento del florentino, y que lo posiciona como el ideólogo de las bases del neo-republicanismo moderno, filosofía política en competencia con el liberalismo y con el comunitarismo. Dentro de la corriente de filósofos e historiadores políticos que suscriben a esta interpretación más reciente, se encuentran el británico-neozelandés-estadounidense John Greville Agard Pocock (n. 1924) y el británico Quentin Skinner (n. 1940), -ambos historiadores de la denominada Escuela de Cambridge de la historia del pensamiento político-, así como también el filósofo irlandés-australiano Philip Pettit.

En El momento maquiavélico (2008) [1975], Pocock aborda la historia del republicanismo cívico, desde sus primitivas fuentes greco-romanas, hasta cruzar el Atlántico y desembarcar en el Nuevo Mundo, pasando previamente por Inglaterra y Escocia.

Para el politólogo anglosajón Christopher Nadon (1996), Pocock busca:

Destronar las interpretaciones convencionales acerca de la aparición de la política moderna, desafiando el dominante “paradigma liberal” que privilegiaba los escritos de Hobbes y Locke centrados en los derechos jurídicos y naturales, un paradigma personificado por Louis Hartz aunque aceptado tanto por los defensores del liberalismo como por sus críticos marxistas, straussianos y voegelinianos9. Lo hizo mediante la narración de la historia de una tradición republicana adversaria que incluye como figuras prominentes a [Thomas] Jefferson, Montesquieu, [James] Harrington, y Maquiavelo, y cuyos orígenes se encuentran en la “teoría de la política” de Aristóteles.

En los Discursos, siguiendo precisamente a Aristóteles (384-322 a.C.) y a Polibio (200-118 a.C.), Maquiavelo recoge la clásica clasificación de las tres formas de gobierno, abonando la superioridad del régimen mixto, en la medida en que éste contemplaba los elementos monárquicos, aristocráticos y también democráticos que cualquier visión realista de la política debería siempre considerar y equilibrar en el gobierno de un Estado. Para Maquiavelo, Esparta y la antigua República romana habían sabido alcanzar tal estabilidad, a diferencia de la ciudad de Florencia, cuya decadencia estaba signada por la marginación del pueblo por parte de la aristocracia local.

Los neo-maquiavelistas

En su obra Los Maquiavelistas. Defensores de la libertad (1945), el filósofo y teórico político estadounidense James Burnham (1905-1987), señala que Maquiavelo había distinguido entre dos tipos de hombres en la lucha por el poder: por un lado, los gobernantes y por el otro, los gobernados. Dentro del primer tipo se incluirían “no sólo aquellos que en todo momento ocupan los puestos más importantes en la sociedad, sino también los que aspiran a alcanzar esas posiciones o que podrían aspirar a ellas si se les brindara la ocasión”. Asimismo, el segundo tipo de hombres estaría compuesto “por aquellos que no gobiernan ni son capaces de gobernar. Estos últimos constituyen la gran mayoría”. Burnham argumenta que esta diferenciación entre gobernantes y gobernados da cuenta de “un hecho básico de la vida política, a saber, que la lucha política activa está circunscrita en su mayor parte a pequeñas minorías de nombres, y que los miembros de la mayoría son, y seguirán siendo, suceda lo que suceda, gobernados”10.

Siguiendo esta línea argumental, uno de los rasgos característicos del paradigma elitista clásico radica, entonces, en considerar la división de la sociedad entre grupos dominantes y subordinados como un hecho universal e inalterable, “observación realista” que conduce de manera deliberada a la naturalización de la desigualdad del poder.

Otro de los elementos medulares de los neo-maquiavelistas, es que éstos definen al grupo dirigente como una minoría organizada o clase política, que posee cualidades superiores a la mayoría, desde el punto de vista de la inteligencia, el carácter, la capacidad dirigente, el talento y el poder.

Para comenzar, Pareto, partidario a ultranza del liberalismo económico y tenaz opositor tanto de la democracia, a la cual consideraba ilusoria, como del socialismo, miró con esperanzadora simpatía el ascenso del fascismo en Italia. Llegó a aceptar incluso una nominación para el cargo de senador del novel régimen, aunque murió en 1923, menos de un año después de producida la triunfal Marcha sobre Roma de Mussolini. Contrario a la teoría marxista sobre la lucha de clases, creía que el carácter de una sociedad reflejaba, antes que nada, el carácter de su élite, y que la incesante circulación de las élites que compiten por el poder era la verdadera sustancia de la historia.

La tesis de Pareto postula que las élites, en tanto estratos minoritarios integrados por individuos con cualidades y capacidades superiores a los de la masa, no son totalmente abiertas o cerradas, sino que se encuentran constantemente en transformación. Las élites reclutan a sus integrantes a partir de una dinámica de circulación donde los dirigentes políticos ascienden o descienden en las posiciones de autoridad. La decadencia de una élite viene seguida por el surgimiento de una nueva.

En tanto, Mosca, en su obra de 1896 [1984], La clase política, desarrolló la idea de la clase política dirigente bajo el postulado de que en toda organización política existen dos clases de personas: los gobernantes (minoría) y los gobernados (mayoría). Para el autor, la democracia es imposible en la medida que, inevitablemente, el poder es siempre ejercido y monopolizado por una minoría organizada que domina a la mayoría desorganizada y goza de todas las ventajas que eso acarrea. Según Mosca, la élite dirigente utiliza todos los medios a su alcance en pos de perpetuar su control sobre la sociedad, y además de contar con métodos legales o arbitrarios para ello, dispone de una “fórmula política” mediante la cual justifica y legitima su dominación frente a las masas. El contenido de esa fórmula destinada a ganarse el consentimiento de la mayoría, varía según las necesidades de la clase dirigente pudiendo tomar forma, por ejemplo, en creencias religiosas, o racionales, como la creencia en la propia democracia.

Por su parte, Michels, quien abdicó de su condición de socialista para engrosar las filas del fascismo, se preguntó en su clásica obra de 1911, Los Partidos Políticos (1996), por qué los partidos socialdemócratas –como el partido socialdemócrata alemán- y los sindicatos, se desviaban hacia el reformismo. Influenciado por el pensamiento de Pareto y Mosca, e inspirado también hasta cierto punto por Max Weber (1864-1920), de quien fue estudiante en la universidad, Michels argumentó que los dirigentes se divorcian inequívocamente de la masa, asimilándose a las élites sociales existentes. Toda democracia exige organización, y toda organización exige una división y especialización de tareas que a la postre, desencadenan en una distinción cada vez más pronunciada entre la masa y sus dirigentes. De allí deriva la formulación de la “ley de hierro de las oligarquías” de Michels, según la cual, en el marco de la natural tendencia a la oligarquización de toda organización, y frente a la categórica incompetencia de las masas, el poder siempre pasará a concentrarse en manos de una “camarilla oligárquica”. Nuevamente emerge aquí la idea de la inexorabilidad de la estratificación y de la primacía de la élite.

Las etapas de la Ciencia Política y la recepción de Maquiavelo y los neomaquiavelistas en la mirada de Lasswell, Dahl y Sartori

Las tres etapas de la historia de la Ciencia Política

Buena parte de la literatura especializada coincide en identificar al menos tres etapas en el desarrollo internacional de la Ciencia Política a lo largo del siglo XX, cada una de ellas, con determinado enfoque teórico y metodológico. Tales etapas son las siguientes: i) la etapa del “viejo institucionalismo”; ii) la etapa “no institucionalista” y iii) la etapa neo-institucionalista.

La primera etapa, la del viejo institucionalismo, se ubica hacia los años ‘40 y tiene como objeto de estudio privilegiado al Parlamento y la Administración Pública. El estudio de las instituciones es de larga data en el pensamiento político y social. Para el politólogo estadounidense Guy Peters (1999), esta fase inicial se centró, desde una óptica fuertemente normativa, en el estudio del Derecho y de los elementos formales de los gobiernos, haciendo foco en las estructuras políticas, legales, administrativas. En otras palabras, predominaron aquí estudios cuya variable independiente eran las instituciones formales. Entre los principales exponentes de esta fase, se encuentran el estadounidense Harold Lasswell (1902-1978), autor de El Estado Cuartel(1941) y el austríaco Karl Polanyi (1886-1964), autor de La gran transformación (1944).

La segunda etapa de la Ciencia Política se extiende entre la década de los ‘50 y la de los ´70, y pone el acento en la sociedad, a saber: tiene una mirada sociocéntrica, donde los objetos de interés privilegiados son las elecciones, los partidos políticos, los grupos de presión. Mientras en la primera fase, las instituciones, en tanto leyes y estructuras administrativas y gubernamentales formales, se constituían como las variables explicativas del cambio político, en este segundo momento, se erigen como las variables dependientes, y estarán afectadas por variables independientes tales como la distribución informal del poder en la sociedad, las actitudes de los ciudadanos, y el comportamiento político de los mismos (Bertranau, J., 1995, 235-236).

En esta segunda fase no institucionalista, y dentro de la escuela anglosajona, el canadiense David Easton (1917-2014) y los estadounidenses Gabriel Almond (1911-2002), Binghamn Powell Jr. (n. 1942) y Robert Dahl (1915-2014), se cuentan entre los académicos más connotados. Asimismo, se destaca especialmente el nombre del cientista político italiano Giovanni Sartori (n. 1924). Coexisten aquí corrientes que van desde la teoría de sistemas al estructural-funcionalismo, y desde el pluralismo al neo-pluralismo, pasando por el énfasis en la política comparada. A los mencionados autores se suman desde la izquierda del espectro político, el también estadounidense Charles Wright Mills (1916-1962), quien en su obra La élite del poder(1989) [1956] dio un giro a la investigación empírica sobre las élites, y el belga-británico Ralph Miliband (1924-1994), quien abordó el estudio de las élites desde el punto de vista de la burocracia estatal en Marxismo y Política (1977).

Hacia el decenio de los ‘70, a finales de la segunda etapa de la Ciencia Política, tuvo lugar una suerte de interregno en el que convivieron, por un lado, las teorías económicas de la política basadas en la escuela de la elección racional y, por el otro, los llamados enfoques neo-corporativistas. Los nombres del economista estadounidense Anthony Downs (n. 1930) y de su compatriota, el politólogo Phillipe Schmitter (n. 1936), respectivamente, tienen una relevancia destacada en tales enfoques.

Al despuntar la década de los ‘80, el poder explicativo de las instituciones volvió a cobrar fuerza en los estudios politológicos, abriendo paso a una tercera etapa en el desarrollo de la disciplina. Así, la consolidación de un nuevo institucionalismo pautó el retorno a las instituciones, en tanto “reglas de juego” “formales” e “informales” (North, D., 1995) que irrumpían como variables explicativas de los fenómenos políticos. Los estudios dentro del paradigma neoinstitucionalista, mainstream en la Ciencia Política de los últimos treinta años, pueden inscribirse en cuatro diferentes vertientes: el neoinstitucionalismo de la elección racional, el neoinstitucionalismo histórico, el neoinstitucionalismo sociológico (Hall, P. y Taylor, R., Michels, R., 1996), y más recientemente, el neoinstitucionalismo discursivo (Schmidt. V., 2008).

Debido a que el período de estudio del presente trabajo se delimita entre finales de la década del ‘50 (estrictamente desde comienzos de los ‘60) y el primer lustro de los ‘80, la etapa neo-institucionalista que actualmente transita la Ciencia Política no será abordada. En las próximas páginas, en cambio, se realizará una breve presentación de la recepción que tuvo la obra de Maquiavelo y los neo-maquiavelistas en tres destacados politólogos, Lasswell, Dahl y Sartori, durante las dos primeras etapas de la disciplina.

La recepción de Maquiavelo y los neo-maquiavelistas en Lasswell

Además de cientista político, Harold Laswell se formó en economía y filosofía, realizó destacadísimas contribuciones en el campo de las teorías de la comunicación, y es considerado el fundador de la psicología política norteamericana. Sus acreditados estudios sobre liderazgo y sobre las relaciones de poder, lo ubican como un referente indiscutido dentro de la primera etapa de la Ciencia Política.

Su obra Power and Society. A Framework for Political Inquiry(1950) escrita en coautoría con Abraham Kaplan, aún dentro de la primera etapa de la Ciencia Política, analizó una muestra de trescientas frases, entre las cuales se incluían citas de La Política de Aristóteles, y de El Príncipe. Buscando conocer el equilibrio entre Filosofía Política y Ciencia Política en esos textos, dicho trabajo concluye que, asociando a la Filosofía Política con ciertas apreciaciones y a la Ciencia Política con enunciaciones de hechos y evidencia empírica, en La políticase constataba una relación de un 25% de frases vinculadas con la Filosofía Política y un 75% con la Ciencia Política, al tiempo que en el caso de El Príncipe, la totalidad de las frases analizadas tenían carácter politológico.

La recepción de Maquiavelo y los neo-maquiavelistas en Dahl

El politólogo Robert Dahl, uno de los padres de la teoría política pluralista y autor de la célebre obra La Poliarquía (1971), entre otras tantas, se doctoró en la Universidad de Yale, cuya sede se encuentra en la pequeña ciudad costera de New Haven, a 130 kilómetros de Nueva York. Aquella pequeña localidad sirvió a Dahl como escenario para la realización de un influyente estudio empírico sobre los grupos de interés y la composición de las élites locales. En su libro ¿Quién gobierna? (2010) [1961], el autor realiza un examen histórico de los grupos dirigentes asentados en dicha ciudad, y arriba a la conclusión de que se había producido allí el pasaje desde una oligarquía patricia, que dominaba todos los recursos de forma acumulativa, hacia un equilibrio de diferentes organizaciones económicas, sociales, cada una de ellas con acceso a una combinación diferente de recursos políticos. Dado que ningún grupo tenía la capacidad exclusiva de controlar totalmente a la comunidad, se producía un “equilibrio de poderes”, con los pesos y contrapesos característicos de las instituciones en las sociedades democráticas.

Para los teóricos pluralistas, el Estado, al estar sujeto múltiples presiones y demandas disímiles y muchas veces contradictorias entre sí, tiene la misión de reconciliar los distintos intereses de unos y otros, tratando de mantener cierta neutralidad y procurando la solución de compromiso. La idea que subyace aquí es que este es el único camino que tienen las modernas sociedades industriales para consagrar una política democrática, competitiva y pluralista.

La primera teorización pluralista de Dahl, contextualizada en el optimismo reinante en Estados Unidos tras el triunfo en la Segunda Guerra Mundial, contrasta con los planteos de Mills, para quien el poder, más que distribuido de forma dispersa y equilibrada en la democracia norteamericana se encontraba concentrado en manos de una poderosa élite, que dominaba las estructuras militares, empresariales y políticas. Según esta perspectiva, los integrantes de esa minoría dominante, tendían a aliarse y a actuar de forma coordinada en pos de conservar y reforzar su situación de privilegio respecto a otros grupos, reproduciendo así las desigualdades sociales.

Con posterioridad, en su obra Prefacio a la Democracia Económica (1985) [1990], Dahl revisaría sus propias formulaciones, en el marco de una nueva lectura conocida como neo-pluralismo. El autor reconocería así la existencia de asimetrías de poder y las situaciones de cristalización y reproducción de las desigualdades en las sociedades democráticas plurales.

En lo que respecta a Maquiavelo, Dahl sostuvo que la obra del florentino le había permitido descubrir lo duro que puede llegar a ser actuar en política y el realismo y cinismo que envuelven tal acción. No obstante, el politólogo estadounidense confiesa haber subestimado y pasado por alto la impronta republicana en Maquiavelo (Fondo de Cultura Económica 2003).

En Un Prefacio a la Teoría Democrática (1989 [1956], 25), Dahl sostiene:

Maquiavelo, que de una manera general no fue un observador tolerante del comportamiento humano, evidentemente creía que el control fundamental de la tiranía no se encontraba tanto en un conjunto de fórmulas legales sobre la distribución específica de ciertos controles –esto es, una constitución formal- como en una red de hábitos y actitudes inculcados en la sociedad.

La recepción de Maquiavelo y los neo-maquiavelistas en Sartori

A la luz del enfoque estructural-funcionalista, Giovanni Sartori, uno de los principales referentes de la Ciencia Política italiana contemporánea, y autor de estudios ya clásicos como Partidos y Sistemas de Partidos (1976), recepciona el pensamiento de los neo-maquiavelistas, considerando a Pareto, Mosca y Michels como autores declaradamente anti-democráticos. Desde su óptica, la teoría de las élites encarnada por estos autores es, en su esencia, poco democrática, en la medida que contrapone una minoría (la élite) detentora del poder versus una mayoría (la masa) que carece de éste.

Ninguno de los elitistas clásicos ocultaba su desagrado por la democracia parlamentaria, y de hecho, justificaban tal reprobación: Pareto no creía en lo absoluto en la democracia, Michels había creído en ella y se había desencantado, la había abandonado para adherir al fascismo, mientras que Mosca, que tampoco era un admirador del régimen político democrático, había planteado una especie de estratoarquía (pirámide), si bien esto no significaba, según Sartori que existiera una oligarquía.

Ahora bien, Sartori distingue entre el planteamiento de Mills y la concepción elitista clásica, según la cual la supremacía de la élite responde a una ley universal e inevitable. Mills expuso la existencia de una élite posicionada en los más encumbrados círculos de poder en determinado momento de la historia de los Estados Unidos; la élite de poder se expresaba en las relaciones y alianzas entre la élite militar, la élite económica y la élite política. Ahora bien, el hecho de que cierto grupo selecto de individuos ocupe, en cierto contexto histórico, ciertos lugares de toma de decisión claves en la estructura social, no conduce inexorablemente a una la eterna preeminencia de las élites sobre las masas. Esta interpretación realizada por Mills desde la izquierda del continuo ideológico contrasta así con las premisas de los neo-maquiavelistas fundacionales, posicionados del otro lado del espectro ideológico, e imbuidos en un pensamiento conservador, autoritario y determinista.

Por otra parte, Sartori, al igual que Dahl y que el economista austro-estadounidense Joseph Schumpeter (1883-1950) plantea un modelo de democracia pluralista-competitiva divorciado de los postulados del elitismo clásico. Lejos de negar la existencia de élites en la sociedad, estos autores hicieron foco en la competencia entre tales élites. En palabras del politólogo español Rafael del Águila (1997, 149), concibieron a la democracia como “aquel régimen político en el cual se adquiere poder de decisión a través de la lucha competitiva de élites plurales por conseguir el apoyo (voto) de la población”, y donde los ciudadanos (la mayoría o la “masa”, para los neo-maquiavelistas) deben tener, “al menos, la posibilidad de hacer sentir sus aspiraciones e intereses a ciertos intervalos y contribuir a la selección de las minorías (plurales) que les gobernarían”.

La recepción de Maquiavelo y los neo-maquiavelistas en la Ciencia Política de la Universidad de la República (1957-1985) a la luz de las cátedras de Real, Real de Azúa y Ginesta

Antecedentes: orígenes y desarrollo de la Ciencia Política en Uruguay (1957-1985)

En comparación con el concierto regional e internacional, en Uruguay las ciencias sociales tuvieron un desarrollo tardío. Ello a pesar del relativamente temprano proceso de modernización social que experimentó el país desde el último cuarto del siglo XIX, y de la precoz edificación de un refinado sistema universitario, en el marco de un clima educativo, cultural e intelectual de alto destaque durante la primera mitad del siglo XX (Pérez Antón, R., 1986, Garcé, A., 2005, Buquet, D., 2012).

La Ciencia Política no fue ajena a tal dilación. De hecho, ha sido una de las últimas ciencias sociales en aparecer en la academia uruguaya11 y su institucionalización data recién de la post transición democrática. La primera cátedra de la asignatura se instaló en la carrera de Abogacía de la Facultad de Derecho en 1957, al tiempo que la fundación del Instituto de Ciencia Política en dicha facultad, se produjo casi tres décadas después, en 198512. En un trabajo escrito luego de la creación de dicho Instituto pero previo a la consolidación institucional y profesional que hoy detenta la disciplina en el país, el abogado y politólogo Romeo Pérez Antón (1986, 225) calificó de “paradójico” el hecho de que en una sociedad con una actividad política tan intensa como la uruguaya, la investigación científica de la política hubiera tardado tanto en desarrollarse.

El advenimiento del autoritarismo, tras el Golpe de Estado perpetrado el 27 de junio de 1973, y la intervención de la Udelar decretada por el gobierno cívicomilitar el 28 de octubre de ese mismo año, no hizo sino retrasar el avance, institucionalización y expansión de la disciplina, al tiempo que truncó también el desarrollo de las demás ciencias sociales en Uruguay. Similar panorama se manifestó en otras naciones de la región que también experimentaron rupturas democráticas como Argentina y Chile (Altman, D., 2005).

Bajo el gobierno de facto, gran parte del cuerpo docente, o bien fue destituido debido a su oposición al régimen, o bien optó por dar un paso al costado antes de convalidar la intervención o someterse a sus dictados. A su vez, las ciencias sociales se vieron muy limitadas o directamente eliminadas de los planes de estudio.

El período considerado por este artículo está determinado claramente por dos eventos muy significativos para el establecimiento y posterior consolidación de la Ciencia Política en Uruguay: i) la reforma del plan de estudios de Abogacía en 1957, en el cual se dio status universitario a la asignatura Ciencia Política y se previó su dictado en el sexto y último año de la carrera, y ii) el proceso de instalación de Instituto de Ciencia Política en la órbita de la Facultad de Derecho en 1985, seguido por el establecimiento, en 1989, de la Facultad de Ciencias Sociales como un nuevo servicio universitario13 en el que se creó la Licenciatura en Ciencia Política14.

En el año 1957 la Facultad de Derecho, donde entonces se cursaban las carreras de Abogacía, Notariado y Diplomacia, renovó sus planes de estudio. Fue entonces que para la carrera de Abogacía, que habilitaba a la obtención del título de “Doctor en Derecho y Ciencias Sociales”, se incorporó por vez primera la asignatura Ciencia Política, en tanto campo académico separado de la Sociología y del Derecho Constitucional. Bajo el nuevo plan, el área de las ciencias sociales quedó conformada por las siguientes materias: Sociología (prevista para el primer año de la carrera), Economía Política (cuarto año), Ciencia y Política Financiera (quinto año) y Ciencia Política (sexto año). La novel asignatura de Ciencia Política tenía como previas las materias Derecho Administrativo I y Derecho Laboral y de la Seguridad Social15. Esta nueva asignatura no se incorporó en aquel entonces en el plan de estudios de la carrera de Notariado.

Debido a que el Plan 1957 para Abogacía establecía el dictado de Ciencia Política en el último año de la carrera, inicialmente no se proveyó la cátedra ni se aprobaron los programas correspondientes. Fue recién en 1963 cuando comenzó a funcionar la primera cátedra bajo la conducción de Alberto Ramón Real (19171982), quien había concursado para el cargo ese mismo año y se desempeñó como catedrático hasta su renuncia en 197416. En el transcurso de esa década, y luego de un comienzo tímido y nebuloso entre la Historia de las Ideas y el Constitucionalismo, la Ciencia Política fue tomando cuerpo hasta contribuir decisivamente en la conformación de un nuevo plan de estudios de Derecho, que fue aprobado en 1971. Dicho plan ubicó a la materia en el ciclo básico, si bien durante un tiempo hubo solapamiento entre el alumnado inscrito en el plan anterior y que por tanto cursaba la asignatura en el sexto año, y las nuevas generaciones de estudiantes, que la cursaban en el primero.

Asimismo, poco después de la instalación de la primera cátedra en la Facultad de Derecho, la Facultad de Ciencias Económicas y de la Administración hizo lo propio. Tras la reforma del plan de estudios de 1966, dicho servicio universitario comenzó a impartir Ciencia Política, y tuvo a Carlos Real de Azúa (19161977) como su primer catedrático entre 1967 y 197317.

Al igual que Alberto Ramón Real, Real de Azúa renunció a su cargo en el marco de las destituciones, renuncias y modificaciones de planes y programas que sobrevinieron a la intervención de la Udelar. Tales cambios fueron particularmente relevantes en una asignatura como Ciencia Política, y signaron su itinerario durante los subsiguientes años de plomo. De hecho, en la FCEyA, la materia fue suprimida, al tiempo que en la Facultad de Derecho se suspendieron los cursos por el resto del año, retomándose la actividad en 1974 con la derogación el Plan 1971 –que tenía un importante énfasis en ciencias sociales–, y restableciéndose el viejo Plan 1957. Hacia 1980, se aprobó un nuevo plan de estudios.

El docente Grado 5 en Ciencia Política durante el período de facto fue Jacques Ginesta (n. 1931), quien se desempeñaba como docente Grado 3 en 1971, y pasó a ocupar el cargo de catedrático entre 1974 –luego de la dimisión de Real–, y 1984, año en que presentó su renuncia.

La recepción de Maquiavelo y los neo-maquiavelistas en la cátedra de Alberto Ramón Real (1963-1974)

En el presente apartado se examinará la recepción que tuvo la obra de Maquiavelo y de los teóricos elitistas clásicos en los tres catedráticos que impartieron la asignatura durante distintos momentos del período referido.

Como ya se mencionara, el primer catedrático de Ciencia Política fue Alberto Ramón Real, un reconocido abogado que también se desempeñó como catedrático de Derecho Constitucional y de Derecho Administrativo, y como Decano de la Facultad de Derecho (1969-1973). Su colega Alfredo Errandonea M. (padre) (1912-1995), ejerció el cargo de Profesor Adjunto de dicha cátedra.

Real seguía la línea de la Ciencia Política francesa de la época, muy vinculada al Derecho Público (Garcé, A., 2005, 233), además de tener una fuerte impronta ligada a la Historia de las Ideas. Entrevistados por Busquets y Sarlo (2013), Jorge Lanzaro (n. 1941) y Romeo Pérez Antón (n. 1943), ambos abogados y Grado 5 en Ciencia Política (en la Facultad de Ciencias Sociales), coinciden en señalar que los modelos de Real eran los franceses Marcel Prélot (1898-1972) y Maurice Duverger (1917-2014). Pérez Antón agrega también la referencia a Jean Meyneaud (1914-1972).

Errandonea, en cambio, adoptó otro enfoque, introduciendo en sus cursos el estudio de la literatura norteamericana, y particularmente de autores que adherían a la corriente estructural-funcionalista, hasta el momento casi desconocida en el ambiente universitario uruguayo (Pérez Antón, R., 1986, 228).

Respecto a la recepción de la obra del florentino, en una conferencia titulada El realismo político de Maquiavelo, y dictada en 1969, Real expuso su visión sobre el autor expresando: “la Ciencia Política contemporánea (…) que se propone estudiar con objetividad los fenómenos políticos (…) con autonomía frente a las pautas valorativas propias de la ética y el derecho, [le] reserva (…) [a Maquiavelo] un sitio preeminente entre sus precursores” (Real 1972).

Real subrayaba la “grandeza” y “originalidad” de Maquiavelo y destacaba su innovación metódica y la “desacralización” y “laicización” de la política en su planteo, sin desmerecer el papel asignado a la religión y su uso por parte del príncipe. A su vez, resaltaba su “actitud positiva y naturalista” para formular “máximas empíricas”, considerando “preferible” su sinceridad antes que el normativismo engañador e ilusorio de la versión dogmática del Derecho.

A su vez, Real resaltaba la preferencia maquiaveliana por las formas mixtas que combinan los ingredientes monárquico, aristocrático y democrático. Concebía esta opción de gobierno como “más firme y estable”, debido a que “cada uno de estos poderes vigila y contrarresta los abusos de los otros” en “beneficio de la libertad”.

Asociado a esto, y en medio del convulsionado clima de 1969, congelación de precios y salarios, Medidas Prontas de Seguridad y guerrilla urbana mediante, Real hacía referencia al papel de los poderes excepcionales en la antigua Roma. La mención no es menor teniendo en cuenta que el país atravesaba un período de excepcionalidad en el cual la democracia se encaminaba hacia el derrumbe, y donde ardía el debate sobre la violación del Estado de Derecho por parte del gobierno de Jorge Pacheco Areco (1967-1972). En sintonía con esto, Real discute sobre la conveniencia de mantener la adaptabilidad de las constituciones a las circunstancias excepcionales, y paralelamente da cuenta de la repercusión de Maquiavelo en la teorización de Carl Schmitt.

En síntesis, podría señalarse que el enfoque de Real era muy próximo a lo que hoy son los cursos de Historias de las Ideas. En este escenario, aparecía Maquiavelo junto con otros pensadores clásicos y modernos; desde los antiguos autores greco-romanos, a los contractualistas de la Ilustración y precursores del liberalismo; desde los teóricos marxistas, anarquistas y socialistas utópicos a los de las corrientes reaccionarias nacionalistas y fascistas. Asimismo, los cursos de Real también contemplaban el abordaje de los neo-maquiavelistas: Pareto, Mosca y Michels figuran en la bibliografía de su programa de 1973, a partir de la lectura de Fichas de Ciencias Sociales dedicadas a ellos, y de extractos realizados por James Burnham.

La recepción de Maquiavelo y los neo-maquiavelistas en la cátedra de Carlos Real de Azúa (1967-1973)

Carlos Real de Azúa, abogado, docente de literatura y estética literaria, ensayista e historiador, es considerado como el padre de la Ciencia Política en Uruguay. Siguiendo al cientista social César Aguiar (1943-2011): “claramente la obra de Real tiene un rol fundador en la constitución de esa disciplina en el país (…) con justicia y seguridad puede afirmarse que la ciencia política en el Uruguay no existe sin Real de Azúa” (Aguiar 1984,1, 5).

Su objeto de estudio fue el poder político, a saber, quiénes lo ejercen y cómo lo hacen. En tal sentido, sus ensayos El Patriciado uruguayo (1961) y La clase dirigente (1969) reflejan esta preocupación, así como también una fuerte influencia del citado libro de Mills, La Élite del Poder18. Efectivamente, estuvo más cerca de los teóricos del elitismo (Pareto, Mosca y Michels) que del enfoque pluralista (Dahl), lo cual se constata también en la lectura de su trabajo sobre Política, poder y partidos en el Uruguay de hoy (1988) [1971].

El realismo político presente en la perspectiva politológica de Real de Azúa se une de manera explícita a la obra de Maquiavelo, sobre todo en relación a El Príncipe, dando cuenta de: i) una especie de antropología empírica que tiene una visión negativa del hombre; ii) un propósito político asociado al patriotismo y a la libertad ciudadana y iii) una evaluación de la maldad o la bondad en función de su eficacia.

Dentro de la vasta y prolífera obra de Real de Azúa, vale subrayar también la contribución realizada en La política como acción. El sistema político(1972), publicación consistente en su curso dictado en la Facultad de Ciencias Económicas y de la Administración, y donde según Aguiar (1984, 4):

Explicita e ilustra esa elección de hacer de “la política como acción y esfera” el centro estructurante del análisis, descartando enfoques alternativos como los centrados en el poder, en el sistema político, en la decisión autoritaria, la estructura de autoridad o en el Estado, que congregan los aportes de los principales autores contemporáneos en ciencia política —desde Easton hasta Poulantzas, pasando por Freund, de Jouvenel, Mac Iver, Moore Jr., Apter, Almond, Coleman, Miliband y el grueso del aporte latinoamericano—. Allí Real de Azúa se afilia a cierta “mirada constructiva” en el campo de las ciencias sociales, que puede afirmarse en una lectura de Marx, en otra lectura de Parsons, en las lecturas de Lenin y Gramsci y que implica necesariamente el aporte decisivo —como enfoque y como estilo— de Weber.

Asimismo, si Real imprimió a sus cursos un sello ligado al Derecho Constitucional y a la Historia de las Ideas Políticas, Real de Azúa realizó un abordaje politológico del caso uruguayo, llegando a planear trabajos empíricos o de campo, a ser llevados adelante por grupos de estudiantes (Pérez Antón, R., 1986, 228). Mas su obra trascendió la consideración del caso nacional para ubicarse en el área de la teoría y de la comparación empírica (Aguiar 1984, 4-5). En tal sentido, su libro El clivaje mundial eurocentro-periferia (1500-1900) y las áreas exceptuadas (para una comparación con el caso latinoamericano) (1976), puede catalogarse como el primer estudio de política comparada en Uruguay (Chasquetti, D., 2010).

La recepción de Maquiavelo y los neo-maquiavelistas en la cátedra de Jacques Ginesta (1974-1984)

Jacques Ginesta Du Mortier se graduó como Abogado (1957) y Escribano (1964) en la Udelar. Obtuvo el título de Profesor Adscripto en Ciencia Política en la Facultad de Derecho (1969), con el trabajo doctrinal Las actitudes políticas (elaborado en 1967). El tribunal que evaluó su tesis, estuvo integrado por Alberto Ramón Real, Isaac Ganón, Aníbal Barbagelata y Darcy Ribeiro (quien luego renuncio a dicho tribunal, según consta en actas de la facultad).

Como ya se mencionara, hacia 1971, cuando el catedrático de Ciencia Política en la Facultad de Derecho aún era Real, Ginesta se desempeñaba como profesor Grado 3, ascendiendo al Grado 5 en 1974. Ese año, el restablecimiento de los cursos –que se habían suspendido tras la intervención en la Udelar, en octubre de 1973–, encontró a Real apartado de la docencia universitaria y a Ginesta como el nuevo catedrático en Ciencia Política.

Habiendo seguido estudios de posgrado en Francia (Instituto de Estudios Políticos de París - SciencesPo) y en Estados Unidos (Universidad de Carolina del Norte), Ginesta se atuvo a la visión cientificista norteamericana de la Ciencia Política, introduciendo incluso elementos de estadística en sus cursos. Particularmente, estuvo influenciado por la perspectiva funcionalista, y en tal sentido, no siguió el modelo de Real, quien a su juicio, dada su impronta tan ligada a la Historia de las Ideas y el Derecho Constitucional, no llegó a concebir a la Ciencia Política como una ciencia social. Tal como el propio Ginesta lo expresó entrevistado por Busquets, J. M. y Sarlo., (2013):

Mi enfoque no fue el (…) de Alberto Ramón Real. Me congratulo de haber cambiado el sesgo (…). Con Real había dos centros de interés. Uno: la relación de la Ciencia Política con el Derecho Constitucional (…) siguiendo los lineamientos de [Maurice]Duverger, y en Uruguay, de [Justino]Jiménez de Aréchaga (…). [Dos:]la Historia de la Ciencia Política. Cuando a mí me tocó organizar un poco las cosas, empecé a abarcar otras relaciones sumamente interesantes y que explicaban a la Ciencia Política no como una ciencia arrimada al Derecho, ni (…) a la Historia, si bien no se puede prescindir ni de uno, ni de otro (…). Pero había otras cosas interesantes, por ejemplo, la relación con la Sociología (…) con la Economía (…) con la Psicología y la Psicología Social, ampliando un poco el enfoque recogido por Easton.

El referente de Ginesta fue Alfredo M. Errandonea (padre), con quien mantenía profundas discrepancias desde el punto de vista político e ideológico, pero a quien, desde el punto de vista académico, define como “el pilar de la cátedra” y “quien realmente sabía Ciencia Política”. A su juicio, Errandonea, con su énfasis en la teoría norteamericana, encaminó a la disciplina “en la dirección correcta”. Siguiendo precisamente esa línea, autores claves de la etapa no institucionalista, como Easton, Almond y Powell, David Apter y Karl Deutsch (autor checo, con una destacada trayectoria académica en Estados Unidos), tuvieron especial eco en las clases de Ginesta19.

Ahora bien, mientras los enfoques sistémico y estructural-funcionalista, propios de la etapa no institucionalista de la Ciencia Política mundial, fueron pilares de la cátedra de Ginesta bajo la intervención universitaria, el paradigma pluralista de Dahl, también de origen norteamericano y ubicado en esa misma etapa, no encontró recepción en sus cursos y fue desestimado. Lo mismo sucedió con la obra de Mills (la cual manifiesta haber abordado luego, en su carrera docente, para estudiar el papel de las clases sociales en la política).

El otro pilar de sus cursos, en cambio, vino de la mano de los neo-maquiavelistas, como científicos de la política. Tras destacar la visión realista de Maquiavelo y el legado que éste dejó al separar la religión y la moral de la política, Ginesta subraya el rol del florentino en tanto precursor de los neo-maquiavelistas. Así, la obra de Pareto, Mosca y Michels (a la luz del aporte de Burnham) fue tema de sus clases, y si de Maquiavelo resalta el realismo político, de los neo-maquiavelistas recalca el haber logrado “desenmascarar versiones ideológicas y edulcorantes de los distintos regímenes políticos”, tales como el “mito” de que “la soberanía radica en el pueblo” (Ginesta en entrevista con Busquets, J. M. y Sarlo, Ó., 2013).Esa desmitificación y el carácter científico de los teóricos elitistas, se expresa con especial nitidez para Ginesta, en la “ley de hierro de las oligarquías” formulada por Michels:

Yo creo que es una de las pocas “leyes”, que se sostiene dentro del ámbito de la Ciencia Política, porque realmente la oligarquización de cualquier organización es prácticamente inevitable (…). Aquel libro [Los Partidos Políticos] (…) mostró que ni la izquierda, [ni] ninguna visión de la política escapaba a la oligarquización (…) Por más que haya sesgos democratizantes de participación, no son definitivos. Además la masa sabe que tiene que dejarle ese ámbito a los especializados en eso, y lo acepta (Ibídem).

En sintonía con esta perspectiva, Ginesta entiende que el hecho de que “la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo se sostiene como eslogan, pero como objeto de estudio es imposible de aceptar por más buena voluntad que tenga uno” (Ibídem).

En relación a esto, también entrevistado por Busquets y Sarlo (2013), Pérez Antón, quien en 1974 cursó Ciencia Política en la cátedra de Ginesta, no considera que el ex-catedrático hubiera sostenido en clase posiciones abiertamente anti-democráticas, sino más bien lo contrario. No obstante, sí advierte que el programa de la asignatura relegaba a un segundo plano a uno de los actores por antonomasia de las democracias: los partidos políticos. El estudio de los mismos no estaba excluido, pero no ocupaba un rol central como tema de análisis, y era abordado junto con los sistemas de partidos, los grupos de presión y de interés. En los cursos de Ginesta, los partidos eran concebidos como grupos organizados no estatales, no gubernamentales que intervienen en la acción política, teniendo una influencia clave en el proceso político. Pero son ubicados junto con los grupos de presión (los sindicatos, las corporaciones), en tanto estos también se volvieron piezas fundamentales del proceso político.

Respecto a su perspectiva en torno a los partidos, Ginesta señala:

Lo veo y lo estudiaba como una forma de negación de la idea de la democracia liberal que se formó a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, porque los partidos políticos se apropiaron de la representación política. No hay nada que se pueda hacer [hoy] sin los partidos políticos, cuando la idea era que en aquella época eran una representación que dependía de los ciudadanos (…) Los partidos políticos fueron ocupando cada vez más espacio (…) y entonces hoy, prácticamente no se puede decir que la soberanía radica en la nación (…) La soberanía está dividida en grupos, esos grupos representan a intereses y clases sociales. Un partido no puede ser nunca la representación del todo (…) Se da la contradicción que grupos que representan a parte de los intereses sociales, se arrogan la representación de todos los intereses sociales, [lo]que no estaba previsto en la democracia liberal (Ibídem).

Retomando el testimonio de Pérez Antón, dicho abogado y politólogo reflexiona: “uno puede pensar que no fue un olvido o una desatención. Ahora, tenía una cobertura perfecta, en el sentido que el estructural-funcionalismo le ha prestado muy poca atención a los partidos políticos, sobre todo las primeras generaciones estructural-funcionalistas: Easton, Parsons”(Pérez Antón en entrevista con Busquets y Sarlo 2013).

Por otra parte, a pesar de la férrea cruzada anti-marxista que promovió el régimen dictatorial, los materiales de estudio de los cursos de Ginesta, no estaban exentos de referencias a los enfoques marxistas, tanto del marxismo más ortodoxo como del occidental, aludiéndose a autores tales como Georg Lukács (1885-1971), Antonio Gramsci (1891-1937), Louis Althusser (1918-1990), Nicos Poulantzas (1936-1979).

En tal sentido, Ginesta manifiesta haber mantenido total autonomía durante los tiempos de plomo:“si no, me hubiera ido. [Pero]como yo no tenía porque pagar por culpas ajenas y nadie me vino a reprochar esto o lo otro, yo seguí hasta que pudiera y después me fui para Francia”, enfatiza (Ginesta en entrevista con Busquets y Sarlo 2013). Paralelamente, reflexiona:

Lo que le interesaba a la intervención, era encontrar gente que estuviera contra el régimen (…), entonces si encontraban en un programa de esas personas, un estudio sobre Marx y Lenin, ya era subversivo, por supuesto, [decían] “éste está en la izquierda”. Pero al que no le encontraban ese problema, ni se molestaban (…) [A mí] nadie me venía [a cuestionar]: “¿Ud. está enseñando marxismo”?, porque entiendo que el interés principal [de la censura del régimen] estaba en que eso no sirviera de activismo. Si a mí me descartaban como un activista político, entonces no importaba, no hacían mayor problema (Ibídem).

Conclusiones

A lo largo del recorrido realizado, la presencia de la obra de Maquiavelo y de los neo-maquiavelistas emerge como una referencia insoslayable, tanto en la Ciencia Política internacional, como en la Ciencia Política uruguaya, independientemente de las interpretaciones a las que se suscriba.

En la etapa del viejo institucionalismo, la recepción que Lasswell hace de Maquiavelo, en comparación con Aristóteles, presenta al florentino como un autor netamente de Ciencia Política, y en menor grado de Filosofía Política. Asimismo, fiel a la aproximación a las teorías elitistas, Lasswell aborda la cuestión del liderazgo desde la psicología política de la cual este norteamericano fue pionero.

En la segunda etapa de la Ciencia Política, no institucionalista y cientificista, Sartori, desde una mirada estructural-funcionalista enjuicia a los neo-maquiavelistas, no por su carácter realista sino por renegar de la democracia parlamentaria y de los partidos políticos (por ejemplo haciendo consideraciones generalizantes a partir de la experiencia puntual del partido socialdemócrata alemán, como surge de la formulación de Michels). En definitiva, Sartori, politólogo especialmente

preocupado por los temas de la democracia, critica a los elitistas clásicos por considerar sus planteos francamente antidemocráticos.

Dentro de esta fase, Dahl, pionero de la teoría pluralista, afirma el cinismo y realismo de Maquiavelo, al tiempo que reconoce no haber atendido su lado republicano. Dahl es la negación del neo-maquiavelismo y el adversario inicial del planteo sobre el elitismo de Mills, a quien luego, en su revisión neo-pluralista, parecerá reconocerle razones.

A nivel local, en línea con lo que surge del estudio de los programas, materiales de estudio y consultas realizadas a docentes y estudiantes de la época, la Ciencia Política impartida en las primeras cátedras de las Facultades de Derecho y de Ciencias Económicas y de la Administración, dio cuenta de la obra de Maquiavelo y los neo-maquiavelistas. En los cursos de Real, el florentino es valorado positivamente como pensador preocupado por la libertad. En tanto, Real de Azúa advierte la tensión entre la observación empírica y el deber ser como una cuestión problemática para dilucidar. Una coincidencia que se constata en estas dos cátedras, y que tal vez sea producto de la época, es la escasa o nula presencia del paradigma pluralista.

Durante la dictadura cívico-militar, la enseñanza de la asignatura en la Facultad de Derecho privilegió el análisis sistémico y el enfoque neo-maquiavelista, desestimando el paradigma pluralista liberal. En lo que refiere a la FCEyA, el dictado de la materia fue directamente suprimido. La perspectiva adoptada durante los años de la intervención proveyó un halo de “neutralidad científica” conveniente para evitar la censura, desplazando la mirada liberal tradicional y académica, así como la mirada marxista comprometida, que sí se desprendía del Plan 1971. Ahora bien, vale también apuntar que en el transcurso del período dictatorial no se registran referencias a otras propuestas del momento, como por ejemplo, la alternativa anti-liberal y anti-partidaria de la “democracia orgánica”, planteada por Juan María Bordaberry (1928-2011) ex-presidente constitucional (1972-1973) y luego Presidente de facto (1973-1976), basada en los “principios cristianos del orden político” (Bordaberry, J. M., 1980).

En suma, el período comprendido entre 1957 (1963) y 1984, puede definirse como una época ambiguamente realista de la Ciencia Política uruguaya. El realismo maquiaveliano emerge tanto en el enfoque de Real, quien aprobaba el cinismo de Maquiavelo para superar la mirada “ilusionista” y “mistificadora” de la formación jurídica, como en la visión de Real de Azúa y Ginesta, quienes buscaron en la teoría norteamericana una mirada empírica cientificista. Finalmente, el realismo se expresó en la desestimación de abonar concepciones tales como la anacrónica perspectiva carlista de Bordaberry, admirador del franquismo, devoto del Rey Carlos V de España, y partidario del realismo aristotélico-tomista.

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1 El presente artículo surge como una versión revisada y ampliada de la ponencia La recepción de Maquiavelo y de los neo-maquiavelistas en la Ciencia Política. Especial referencia al caso uruguayo, presentada por José Miguel Busquets y Óscar Sarlo en el Congreso “Maquiavelo intemporal. En los 500 años de El Príncipe”, celebrado entre el 10 y el 11 de octubre de 2013, en la Facultad de Derecho de la Universidad de la República, Montevideo.

2 La reconstrucción de los cursos dictados por las cátedras consideradas para este artículo no ha sido sencilla, y lamentablemente no ha sido posible acceder a todos los programas y materiales de curso como hubiéramos deseado. Una investigación de más largo aliento en tal sentido, sería sumamente interesante y enriquecedora para profundizar en el conocimiento de los orígenes e itinerarios iniciales de la Ciencia Política en Uruguay.

3 Se enviaron formularios de consulta a 25 docentes, obteniéndose un nivel de respuesta del 48%. Las personas a quienes se hizo llegar el sondeo fueron: Alejandro Abal (G°5 en Derecho Procesal/ Técnica Forense); Juan José Calanchini (G° 3 en Ciencia Política); Marcelo Cantón (G° 4 en Derecho Internacional Público/ Derechos Humanos); Santiago Carnelli (G° 5 en Derecho Civil II y III); Eduardo Carzolio (Evolución de las Instituciones Jurídicas); Alicia Castro (G° 4 en Filosofía del Derecho); Carlos Delpiazzo (G° 5 en Derecho Administrativo); Augusto Durán (G°5 en Derecho Público II y III); Eva Holz (G° 5 en Derecho Comercial); Roque Faraone (G° 5 en Historia de las Ideas); Gonzalo Fernández (G° 5 en Derecho Penal); Raquel García Bouzas (G° 5 en Historia de las Ideas); Hebert Gatto (ex Aspirante a Profesor Adscripto en Ciencia Política); Jacques Ginesta (ex G° 5 en Ciencia Política); Arturo Iglesias (G° 5 en Derecho Civil IV); Mauricio Langón (ex G° 4 en Historia de las Ideas/ Ciencia Política); Jorge Lanzaro (G° 5 en Ciencia Política); Rosario Lezama (Evolución de las Instituciones Jurídicas/ Historia del Derecho); Alejandro Pastori (G° 3 en Derecho Internacional Público); Alberto Pérez Pérez (G° 5 en Derecho Constitucional y en Derechos Humanos); Juan Rasso (G° 5 en Derecho Laboral y la Seguridad Social); Sergio Rippe (G° 5 en Derecho Comercial); Jorge Rosenbaun (G° 5 en Derecho Laboral); Luis Raúl Rossi (G°4 en Técnica Forense/ Evolución de las Instituciones Jurídicas); Gonzalo Uriarte (G° 5 en Técnica Forense y G° 4 en Derecho Procesal).

4 En su temprano estudio sobre el también florentino Dante Alighieri, el jurista austríaco Hans Kelsen (2007, 314), lo conecta con Maquiavelo: “en el campo de la teoría del Estado, Dante es sólo la aurora del Renacimiento, que a la altura de su mediodía ha podido madurar un Maquiavelo y un Bodino”.

5 Esta cita bíblica es recogida en el Evangelio según San Mateo (22:21).

6 Siguiendo al politólogo estadounidense Harvey Mansfield, Jr. (1981, 294): Que la ciencia puede establecer los hechos, pero no valores, resultó ser para el bien de nadie. En aras de la preservación de uno (que es bueno), incluso para el beneficio común de todos los seres humanos, hay que aprender a ser nada bueno. Con esta promesa de preservación, Maquiavelo conecta la Ciencia Política para avanzar hacia el bien humano.

7 La referencia corresponde a la parte 3, del acto III, de la escena II de la obra Enrique VI, publicada originalmente en 1594 (Shakespeare, W., 2014, 261).

8 Renaudet, A. (1965). Maquiavelo. Madrid: Ed. Tecnos. Citado en Mantilla Pineda (1967, 10).

9 Refiere a los críticos del liberalismo Karl Marx, Leo Strauss y Erich Voegelin y sus seguidores.

10 Burnham, J. (1945). Losmaquiavelistas. Defensores de la libertad.Buenos Aires: Emecé Editores. Citado en Mantilla Pineda, B. (1967, 11).

11 Hacia 1915 ya existía en el país una cátedra en Sociología, al tiempo que en 1958 se creó el Instituto de Ciencias Sociales en la Facultad de Derecho, espacio de investigación que se dedicó fundamentalmente a estudios sociológicos. La Economía, por su parte, también tuvo un arranque previo a la Ciencia Política, y un desarrollo relevante anterior: la creación del Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración fue establecida en 1944, habiendo comenzado a funcionar en 1949 (véase IECON, s/f).

12El 30 de octubre de 1985, el Consejo de la Facultad de Derecho resolvió la creación de Instituto de Ciencia Política, a instancias de una propuesta elevada al Dr. Alberto Pérez Pérez, y presentada el 27 de setiembre de 1985 por los entonces Profesores Titulares de la asignatura: Julio Barreiro, Francisco Falçao, Jorge Lanzaro y Juan Rial.

13 Luego de la creación de la Facultad de Ciencias Sociales, la Facultad de Derecho continuó con sus cursos en la asignatura, los cuales son impartidos actualmente de forma semestral, durante el primer año de las carreras de Abogacía, Notariado y Relaciones Internacionales.

14 Además de la Licenciatura en Ciencia Política, la Facultad de Ciencias Sociales se estrenó con el dictado de otras dos carreras de grado: las licenciaturas en Sociología y Trabajo Social. Actualmente, dicho servicio universitario cuenta con una cuarta carrera de grado, la Licenciatura en Desarrollo, y con varios planes de posgrado, maestría y doctorado.

15 Véase: Universidad de la República, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. (1960). Guía del Estudiante. Montevideo, 57-58 y 60.

16 El primer elenco de docentes estaba también conformado por Alfredo M. Errandonea (padre), Jacques Ginesta, Heber Gatto y Julio Barreiro. Posteriormente se incorporó Francisco Falçao.

17 Real de Azúa accedió al cargo de catedrático tras postularse a un concurso al que también se presentó Jacques Ginesta, pero quien, según su propio testimonio (recogido en entrevista con Busquets y Sarlo 2013), terminó retirando su candidatura.

18 La obra de Mills fue leída por referentes de la izquierda internacional y nacional, desde el líder cubano Fidel Castro en la Sierra Maestra, hasta Vivian Trías en las filas del Partido Socialista del Uruguay (Cotelo 1987, 56).

19 Como sustento de sus cursos, Ginesta editó textos propios, así como también selecciones de los trabajos de Easton, Burnham y Apter, entre otros autores